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Música

Tomémonos el espacio público como una pista de baile

La espontánea aparición de Congo Natty en las calles de Bogotá nos sacudió y nos hizo recordar las raíces de este movimiento.

El pasado domingo 4 de junio, en Bogotá, los colectivos RE.SET, Dub to Jungle y RENOVA unieron fuerzas para llevar a cabo un evento sin ánimo de lucro debajo del puente de la calle 26 con carrera 68, al occidente de la capital. A eso de las cuatro de la tarde, comenzaron a llegar caras entusiastas desde todos los rincones de la ciudad: Congo Natty, también conocido como Rebel MC (considerado por muchos como el papá del jungle, tal vez el primer género de música electrónica concebido en el Reino Unido), iba a presentarse.

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En una oda a la cultura sound system y a los raves de antaño, aquella noche de domingo reunió a más de 200 personas que se congregaron en torno a un imponente sonido Funktion One, bailaron hip hop, acid techno, grime y jungle en un estado de sinergia puro, reclamando las calles de su ciudad desde una postura libre y casi inconsciente.

Vivimos en tiempos en que el apoyo de las entidades gubernamentales a la movida es casi nulo. Las alcaldías ni siquiera contemplan la posibilidad de un festival distrital de música electrónica; normativas como las del Plan de Ordenamiento Territorial cierran cuanto establecimiento indisponga a los vecinos, y muchos de los clubes actuales prefieren sobrevender entradas a generar una experiencia digna para su público. Esto nos hace preguntarnos en THUMP Colombia: ¿Acaso los ravers no extrañan el espacio público como escenario propicio para el baile, el rave y la cultura misma?

La visita de Congo Natty nos hace pensar que, más allá del crecimiento considerable que la escena ha tenido en los últimos años, hemos olvidado la importancia del espacio público como un ámbito necesario para las expresiones de la cultura. Nos hemos acostumbrado al club, al coctel y a la foto de Instagram con las luces de neón de fondo. Hemos fijado una rutina de puertas hacia adentro, negándonos la posibilidad de disfrutar de nuestros parques, nuestras calles, nuestros bienes comunes, y sobre todo, de hacer declaraciones sociales, culturales y políticas con la música electrónica como arma.

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Hoy el mayor obstáculo de los promotores son las políticas públicas de las grandes ciudades. A esto se suma que la "platica" para la Policía se ha vuelto un punto imperativo al organizar un evento outdoors. Pero iniciativas como RENOVA, presente en la retoma del puente de la 26, o colectivos pioneros como Bogotrax y MedellinStyle nos han demostrado que la reapropiación del paisaje urbano y rural como espacio de fiesta es posible sin venderle el alma al diablo, o a los tombos.

Para trazar un paralelo, basta mirar la situación del Reino Unido que tiene leyes cada vez más estrictas contra la vida nocturna y, entre otras cosas, ha forzado el cierre de casi la mitad de sus clubes electrónicos en la última década. Pero tal como lo expone el documental de VICE Locked Off, en ese mismo país una nueva generación de ravers ha surgido con la intención de devolver los espacios al techno, al house y al drum & bass. Este es un ejemplo de que el espíritu de la contracultura, aún en los entornos más intrincados y opresivos, puede seguir siendo tangible.

Esto último puede parecernos emocionante, pero no podemos olvidar que la clave está en recuperar la esencia de la escena y salir a bailar. Tenemos que reclamar el espacio público como pista de baile, y hacerlo sin la "platica" arriba mencionada sino respetando las normas de convivencia del lugar en que vivimos. En el nuevo, incluso, hay una ley hasta nos protege: "La convivencia es la interacción pacífica, respetuosa y armónica entre las personas, con los bienes y con el medio ambiente".

La ciudad como tal es un espacio común, por ende, estamos en nuestro derecho de reclamar lo que nos pertenece. La verdadera esencia del underground no radica en alardear del término en flyers ni redes sociales, tampoco en jactarse de una "locación secreta". Se encuentra, más bien, en el simple hecho de dejar a un montón de personas bailar libre y espontáneamente frente a un par de altavoces en el lugar menos pensado. Dejemos atrás el miedo, y volvamos a hacer de las calles un espacio colectivo de liberación.