​Ecuador dijo presente en su primer Boiler Room
Fotos por Santiago Argüello

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Música

​Ecuador dijo presente en su primer Boiler Room

Amor genuino por la música. Alegría colectiva. Felicidad pura. Así estuvo la fiesta en este rincón mágico del sur.

El Lost Beach en Montañita ha sido por años una de las gemas con mayor brillo místico de la electrónica suramericana. Allí, lejos de aquellos fríos clubes urbanos repletos de uniformes negros, Kami Tadayón y su crew han elevado a su club a la condición de catedral ("a cathedral of love", diría él aquella noche). En este portal ecuatorial, estación obligatoria para todo tipo de cosmonautas, personajes como Ben Ufo o Bob Moses han activado a un público devoto, comprometido como pocos con el ritual de comunión a través del baile.

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No podía ser otro el lugar para celebrar el primer Boiler Room en Ecuador.

El viernes 1 de abril, desde las siete de la noche, casi dos mil personas se agolparon a la entrada del lugar, ahí al frente de la playa, luego de peregrinar fieles desde diferentes ciudades hacia una velada que prometía ser definitiva para la escena electrónica local. El ambiente estaba caliente. Adentro, una maloka gigante coronada por centenares de globos encendidos, concentraba la energía de la liturgia. Al fondo, un altar, dos torres sagradas de Funktion One y una pantalla gigante: los controles desde donde conducirían cinco elegidos, todos nerviosísimos, una ceremonia para la historia.

A las ocho de la noche arrancó el primer acto, Quixosis, un nombre inspirado en el Quijote y "que también suena como a enfermedad", según su portador, salido de la nueva subterránea quiteña. Armado con una drum machine Tempest y un sampler, Daniel Lofredo Rota nos llevó por paisajes de ensueño con un live de electrónica mental, recorridos panorámicos por los Andes más íntimos y sampling folclórico abstracto. Un acto de choque diseñado como abrebocas de una noche que se mantendría latiendo entre ritmos de techno y house. Después de Quixosis vino un viejo conocido de la casa: Andre Salmon. Un productor fértil y pragmático que encendió la pista con un set de una hora en el que tiró producciones exclusivas de su creación, algunas de las cuales verán la luz en el sello que Lee Foss está a punto de lanzar. Salmón calentó el terreno para su compatriota Pancho Piedra, de Cuenca, quien subió a escena con su bigotito enchulado, como un Dalí de los Andes, cargando un Theremin y dos pedales de delay Moog que le dieron a su viaje, y al nuestro, un aura definitivamente paranormal. George Levi vino después. Con una fiereza zen, el nativo de Guayaquil presentó un live act inédito que decidió presentar exclusivamente para este primer Boiler. Pocos son los que se atreven a hacer su premier global con un acto que jamás han calibrado en ninguna pista, por lo que se le aplauden las bolas a este miembro honorable de la familia Lost Beach, el mismo que nos llevó por paisajes selváticos oscuros, iluminados por neones fugaces, con un par de intervenciones en el mic que nos dejaron con ganas de más.

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Como acto de cierre de la noche vino Max Chapman, un plomero británico que hasta hace cinco años no sabía qué era techno, ni house, ni mucho menos tech-house, y que entró a la música sin pretensión alguna y de manera absolutamente casual. Su historia no solo es increíble sino que viene al caso y por eso vale la pena abreviarla: a los 23 visitó a un amigo y viendo su estudio casero, dijo "Yo quiero uno igual". Luego de comprarse las mismas maquinitas y de seguir algunos tutoriales de YouTube, grabó un CD con sus pistas y se lo llevó a un club de Londres a ver si podía entregárselo a un señor importante, con tan mala suerte que se emborrachó y lo perdió, pero con tan buena que ese mismo señor lo recogió del suelo (al disco, no a él), lo escuchó y decidió firmarlo de inmediato. Al poco tiempo su música era estrenada por Pete Tong.

La carrera de Max, por lo mismo, ha sido la celebración de un espíritu que hace mucha falta en un medio como el electrónico: el acercamiento inocente, naif y hasta puro a la música. Y es que él no quiere ser cool, a él poco le importan los flashes o el misterio. Lo de él es tech-house con colores poperos y rises que se resuelven en toneladas de sabor que caen de arriba, pesados, como bloques de concreto lanzados por un obrero de oficio de casi dos metros de altura. Por lo mismo, el inglés vino a lo que vino. Sin volteretas silogísticas, poses ni tortas voladoras, con menos técnica que lógica de constructor, el hombre desplegó un set práctico que pegó duro y resonó sin filtros entre un público demasiado parecido a él. Era lo que era: una comunión de amor genuino por la música. Alegría colectiva. Felicidad pura. Justo lo que vinimos a celebrar a este rincón mágico del sur.

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La noche cerró con un grito colectivo de Ecuador hacia el mundo que sonó en los oídos de miles que a kilómetros de distancia sudaban la transmisión. Y es que su primer Boiler Room fue la celebración de una escena firme, hambrienta y sobre todo: PRESENTE.

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Vea algunos de los mejores momentos de la noche, todas las fotos por Santiago Argüello:

Quixosis

Andre Salmon

Pancho Piedra

George Levi

Jackson 6 en las visuales.

Max Chapman

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Boiler Room Ecuador fue posible gracias al apoyo de Budweiser.