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Música

Evian Christ piensa que ir de club no tiene sentido y quizá tenga razón

Nuestro más miserable escritor se queja sobre el placer inútil de gastar tu vida en clubes nocturnos.

¿Qué es lo que pensamos cuando pensamos en salir al club? Pensamos en cuartos obscuros y trascendencia, Berghain y el abandono, sótanos y nuevos comienzos. La cosa es que la promesa de una experiencia en el club—la experiencia que nos altera inexorablemente desde el comienzo—es sólo eso: una promesa. Las promesas, en esta vida, raramente se mantienen. Las promesas significan nada.

En una entrevista con Dazed and Confused, la súper estrella del trance, Evian Christ, señala que, "cuando estás bailando con tus compañeros, cubierto en confeti, es importante darse cuenta que esas experiencias que estás viviendo, esencialmente no tienen sentido—no vas a encontrar una respuesta sostenible en esa vaga euforia." Y esa es exactamente la cosa: vamos a los clubes por la razón equivocada. Vamos con la idea de que la música, los DJs y los clubes cambian nuestras vidas. No sucede, no realmente.

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La mayoría de nosotros nunca tendrá esa noche en el club donde todo es perfecto, donde todo funciona, donde todo es exactamente como debería ser. La mayoría nunca tendremos ese momento similar al Studio 54. Lo más cerca que estaremos es Studio 55—"Uno mejor que el original"—una noche de jueves, bebiendo 2-4-1 tequilas con Brian de contabilidad unas semanas después de que terminó su divorcio. Ir de Club, para la mayoría de nosotros, no es otra cosa sino una distracción del monótono sentimiento generado por una noche de sábado. Vamos a los clubes porque los clubes permanecen abiertos hasta más tarde que los bares y a veces puedes terminar teniendo una esponjada experiencia sexual como resultado de estar en uno.

Con eso en mente, la idea de un club como un espacio que (involuntariamente) evoca una sensación sin sentido es una interesante proposición. ¿Qué tan seguido te sientes aburrido en un club? ¿Qué tan seguido te encuentras deseando no estar ahí? ¿Qué tan seguido te escabulles para salir de ahí para subirte al autobús nocturno más cercano, rodeado de tosidos y cigarros que aún se están fumando? Para mi, es más frecuente de lo que pensaría. Pero yo soy un miserable idiota.

Hace mucho tiempo aprendí a aceptar la decepción en todos los aspectos de la vida y rápidamente me di cuenta que ir de club no sería diferente. Christ lo señala esta semana cuando dice, "Terminas la noche [en el club] y nada ha cambiado. El mundo es exactamente igual, tienes 50 billetes menos y has matado unas cuantas horas." Esto no se trata de mi. Esto, increíblemente, es más grande que yo. Se trata de nosotros y por qué nos molestamos en ir a las tierras del club, cada fin de semana.

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Sabemos que la expectación y la realidad pueden no entrelazarse de la forma en que quisiéramos. Lo sabemos y aún así continúanos con la expectativa, nos reusamos a creer que esta noche será como cualquier otra noche que hemos experimentado. Las noches sin fin de recuerdos efervescentes y que se disipan cada que nos preparamos para otra noche. La noche que queremos—la que tanto hemos esperado, la prometida—y que nunca será la noche que tenemos. Entonces, ¿por qué lo seguimos haciendo? ¿Por qué noche tras noche pensamos que esta noche será diferente a cualquier otra noche?

Lo hacemos porque ser humano es abrazar lo inútil. Leer lo inútil. Mirar filmes inútiles. Ira a la opera de forma inútil. Mirar aves inútilmente. Casi cualquier actividad que hacemos es, cuando piensas sobre ella objetivamente, absolutamente inútil. No hay nada malo con ello. Es una razón por la que seguimos acobijándonos en la decepción de los clubes una y otra vez.

Otra razón es que rendirnos ante esto, renunciar a nuestra afiliación con la vida nocturna, es terrorífico. Darle la espalda a los clubes es una clase de derrota. Entendemos y sabemos lo absurdo que es, este performance ritual del cual tomamos parte los viernes por la noche, ir a Amnesia en Ibiza o Arlene's en Aberdeen. Sabemos, muy en el fondo, que nos vestimos y vamos de pre copeo para decepcionarnos. Pero no podemos parar el show. El show debe continuar. En 1979, Ron y Russ Mael, aka Sparks, publicaron un álbum—un álbum increíble de hecho—como Noël, titulado Is There More To Life Than Dancing? Lo hay y no lo hay. Lo hay, obviamente, porque bailar es un placer temporal que no sirve a un propósito real. Y no lo hay porque bailar y todo lo que ofrece la vida nocturna es, de una forma muy real, una de las pocas paradas que hemos creado que existen por la pura expulsión de placer. El club nocturno es como ningún lugar en la tierra. Por eso vamos. Por eso nos presentamos aunque nuestras expectativas nunca sean alcanzadas.

Otra razón, quizá la definitiva, es que darnos por vencidos a la esperanza del momento mencionado—el momento en que se abre el cielo y somos bañados en un brillo celestial de trascendencia y nos elevamos de nuestros cuerpos terrenales y todo es perfecto y hermoso y nada nos lastima y 6 latas de Kronenbourg son siempre 5 al final del camino—se transformara sorpresivamente en realidad para rendirse en la propia realidad. Necesitamos muletas, pecheras, o como quieran llamarlas. El club—más como una noción abstracta que otra cosa—es un lugar perfecto en el cual colgar las inseguridades y la ansiedad. Como niños muy jóvenes para entender la permanencia física o emocional, repetidamente nos decimos que el club nos salvará de ser aplastados por la cotidianidad. Y como niños nunca recordamos que las cosas no funcionan como quisiéramos. Pero rendirnos ante eso, aceptar que el sitio que potencialmente nos ofrece una salvación probablemente nunca lo hará, es horrendo. Darse por vencido a la idea de que las cosas pueden de algún modo ser mejores de lo que hemos sabido es rendirse a la vida.

Christ tiene razón. Ir de club no tiene sentido. Nada lo tiene. Esa es la perversa alegría de hacerlo.

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