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Música

Fui a tocar a México y terminé en la cárcel como sospechoso de asesinato

Esta es la historia de cómo la oportunidad de ensueño de un DJ terminó convertida en una pesadilla.

Como le contaron a Jemayel Khawaja.

Por esta época hace dos años, Eddie Rangel era otro aspirante más a productor en el underground de la escena del house y techno en Los Ángeles. La oportunidad de tocar en una fiesta de año nuevo lo llevó a un resort mexicano en Sayulita, en donde un accidente durante una pelea resultó en que él fuera el sospechoso de un asesinato del que ni siquiera estaba seguro de haber cometido. Su idílica excursión dio un vuelco, y terminó inmerso en el sistema penitenciario mexicano en donde se encontró de cara con la corrupción, los disturbios internos y la compleja y simbiótica relación entre la cultura de la fiesta en los Estados Unidos y los carteles de droga en México. A continuación la historia completa, en palabras de Eddie.

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En el 2013 tenía 25 años y estaba viviendo en Los Ángeles, forjando mi nombre como productor y DJ bajo el pseudónimo IZM. Estaba teniendo un buen año. En ese momento la escena la hacían jóvenes en depósitos, fuertemente influenciados por Burning Man pero con una vibra un poco más oscura, y un montón de polvos blancos. Tocaba en los carritos de arte en el EDC y tocaba regularmente en el circuito de clubes de la ciudad, pero no estaba ganando nada de dinero.

Para empeorar las cosas, mi compañera de apartamento no pagaba el arriendo. Estaba atravesando por una especia de crisis de la mediana edad y decidió irse a México, dejándome a mí la responsabilidad de pagar la renta de todo el depósito en el que vivíamos. No tenía ahorros así que eventualmente en navidad nos desalojaron.

Eddie Rangel, conocido como IZM. Foto cortesía del artista.

Cuando entré a Facebook a buscar a mi roomate fugitiva y reclamarle sobre la situación del arriendo, ella estaba muy emocionada por algo. Aparentemente, se hizo amiga del dueño de un nuevo club en Sayulita, el pueblo al que había escapado. Le había compartido algo de mi música y al parecer a él le gustó. El headliner que había contratado para tocar en su fiesta de año nuevo le quedó mal, así que me preguntó si estaba interesado en tocar. Obvio que lo estaba.

Ni siquiera tenía pasaporte. Apenas y si salía del país. El tipo dueño del club, Carlos, me dijo que me pagaría $2,000 y que me podría quedar en un apartamento conectado al club, pero quería que antes me desviara un poco, a San Francisco, a recoger efectivo, equipo de DJing y un par de sobres antes de volar a México. Tuve el presentimiento de que había algo torcido, pero si trabajas en el circuito de los clubes nocturnos y del underground en Los Ángeles, tarde o temprano te das cuenta de que todo el mundo puede ser sospechoso. Pensé que no tenía nada que perder.

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Pocos días después iba en un avión de camino a Mexico, a Sayulita. No tenía mucha información, solo el nombre de un restaurante llamado Choco Banana en donde se suponía que me encontraría con este tipo, Carlos.

Fotos promocionales de The Zen Garden.

Tras del vuelo, y después de una hora y media recorriendo la selva en taxi, emergí en la plaza de un pueblo. Vestía pantalones entubados y una chaqueta de cuero, con las orejas perforadas y un corte mohicano que ya estaba muy largo y se caía hacia un lado. No podía resaltar más. Después de un rato un tipo muy caucásico, un poco pretencioso, se acerca a mi y se presenta como Carlos. No era lo que esperaba. Me imaginaba al Chapo Guzmán o algo así.

Carlos me llevó al club. Se llamaba Zen Garden y tenía una vibra yogi interesante. Me presentó a un montón de gente blanca con nombres mexicanos. Mis días siguientes los pasé en el baño con diarrea y a una dieta a punta de Valium y Disaronno. Llegó año nuevo y todos nos metimos una tremenda cantidad de éxtasis. Toqué como por seis horas seguidas, el sitio estaba a reventar. Fue uno de los mejores sets que haya tocado. Pensaba "¡Sí! Este es el estilo de vida que siempre he querido".

El equipo y yo pasamos los primeros días del año haciendo pereza en el balcón del apartamento que estaba conectado al club. Cinco de nosotros (Eddie, Carlos, Benny, Ashley y Adashi) simplemente parchábamos, pasando el rato cuando un tipo borracho entró, de manera beligerante, exigiendo una fiesta. El equipo le gritó para que se saliera, y de camino a la salida, en un acto desafiante, se robó una de las decoraciones que había en el muro. Carlos persiguió al borracho hasta la calle y se enfrentaron. Resulta que Carlos conoce un tipo de artes marciales que se llama San Soo, y en un solo movimiento le pateo las bolas y le pegó en la nariz. Me imagino que Carlos se sintió culpable porque le dio un poco de hielo para sus heridas, y luego el tipo se fue.

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Y lo próximo que pasa es que escucho un chillido desde abajo y el sonido de alguien gritando en spanglish. Era el mejor carro que había visto en México, un Camaro nuevo. El borracho volvió y lo acompañaban lo que parecía ser el jefe de un cartel y su séquito. Nos gritaban cosas y nosotros simplemente tratábamos de ignorarlos hasta que el tipo en el Camaro nos lanzó un cubito de hielo de los que Carlos le había dado a su amigo. Le pegó a nuestra amiga Ashley. Ella le lanzó el vaso del que estaba tomando y le cayó en la cara, justo sobre la ceja. Incluso en mi español pobre entendí lo que el jefe dijo después: "dame la pistola".

Un screenshot del video de seguridad.

Me agaché esperando disparos, en cambio, el tipo y su amigo entraron al club, lo atravesaron apresuradamente y subieron hasta el apartamento en el que estábamos. Los podía ver a través de las cámaras de seguridad. Parecía sacado de una película. Veías al tipo patear la puerta del apartamento, que tambaleó un par de veces. Atraviesa. Carlos, tumba al tipo con una mano, y nosotros perseguíamos a los otros por las escaleras. Yo entrené Muay Thai durante dos años, aunque realmente no sabía lo que estaba haciendo, fue todo adrenalina y memoria muscular. Le hice una llave y el tipo dejó de moverse, se quedó dormido. Había aplicado este movimiento antes pero nunca en una situación de vida o muerte, siempre en entrenamiento. Cuando solté al tipo, todavía respiraba.

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Carlos amarró a un tipo con un cable y la correa de un perro y yo fui a ayudar a Adashi que estaba persiguiendo a otro tipo del cartel. Cargado de adrenalina, comencé a correr por las calles de Sayulita, cubierto en sangre y viéndome como un maniático. Ni siquiera sé por qué estaba corriendo. Era como la visión de un túnel. Ahora que lo pienso bien, parte de mi solo estaba emocionada de que algo así me estuviera pasando. Ese fue el pensamiento que me mantuvo en pie hasta que la situación dejó de ser divertida.

Un screenshot del video de seguridad.

Cuando volví al club vi que el tipo al que le había hecho la llave estaba tirado mirando al techo. Carlos estaba parado ahí, indiferente comiéndose una barra de cereal, y Ashley balbuceaba en estado de shock. Paré. Tuve que ver al tipo para darme cuenta de que el cabrón estaba muerto. Luego supe que la autopsia reveló que una combinación de un fuerte golpe en la cabeza, signos de asfixia y un ataque al corazón fueron la causa de la muerte, pero en ese momento no sabía cómo había pasado.

Mi mente estaba trabajando doble turno. Mi primer instinto fue limpiarme la sangre, luego grabé con mi computador un video breve de la escena y se lo envié a algunos amigos para contarles qué estaba pasando, en caso de que las cosas se pusieran peor. Y de hecho sí se pusieron peor. Envié el video e inmediatamente escuché como se parqueaban un montón de carros afuera del club. Era la policía del estado de Nayarit.

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Entraron como Storm Troopers. Y estos tipos no son como los policías normales, son más como el equipo de SWAT. Los llaman los Máscaras Negras, los Nayaritas. Nos pusieron a los cinco en línea y nos maltrataron con la culata de los rifles. Tipos con balaclavas nos esposaron y nos metieron en la parte de atrás de un Ford F150 que estaba lleno de agujeros de bala. No sentía que me estuvieran arrestando, más bien parecía que me estuvieran secuestrando.

Video de propaganda de la policía de Nayarit.

Arrancamos a movernos por caminos sin pavimentar mientras la policía nos apuntaba con sus armas. Recuerdo que había un poco de neblina esa noche. Estaba haciendo demasiado frío y Benny, quien estuvo dormido durante todo el altercado en el apartamento, comenzó a reírse erráticamente, era como una risa nerviosa. Estaba perdiendo el control.

Nos llevaron a un lugar en Tepic (a unos 120 kilómetros de Sayulita) que parecía una base de la fuerza aérea. Una enorme portón se abrió, y vehículos blindados, helicópteros y Mascas Negras estaban por todas partes. El sitio a donde nos llevaron después solo lo puedo definir como un calabozo. Entras e inmediatamente te llega el intenso olor a humanidad, al excremento acumulado en todas las letrinas. Estaba completamente oscuro pero podías sentir miles de ojos sobre ti.

El piso y las paredes estaban pintados de un rojo carmesí. Ahora sé que es para camuflar el color de la sangre de toda la gente que es arrojada ahí. No entraba nada de luz, y solo sabías que era de noche porque comenzaba a hacer un frío muy intenso. Un joven nos daban agua dos o tres veces al día desde un balde, y todos tomaban de la misma taza. Nos metieron a todos en distintas celdas, todas sobrepobladas. Estuvimos ahí durante 4 días. No dije ni una palabra en español y estuve rodeado por desconocidos. Solo nos sacaron de esa oscuridad para la ocasional ronda de interrogatorios en spanglish.

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Hasta el quinto día nos notificaron los cargos en nuestra contra, "homicidio agravado". La pena para ese cargo es hasta de 45 años en prisión. Decían que lo atrajimos hasta el apartamento y lo golpeamos hasta matarlo.

Carlos, Adashi, Ashley, Eddie, y Benny, y a las esquinas los Máscaras Negras. Esta imagen salió en televisión.

En medio de la quinta noche, los máscaras negras nos montaron a un camión y nos llevaron a Venuztiano Carranza, una prisión en Tepic. Se suponía que era para 500 ocupantes, pero había miles de personas ahí encerradas. Después de una semana y una fianza o soborno de $40,000, Ashley, Benny y Adashi fueron liberados por "falta de evidencia", pero Carlos y yo seguimos en un limbo jurídico. No sabíamos cuándo o si íbamos a salir, pero tuve que intentar adecuarme a la situación, sin importar qué tan mal estuviera.

El área en la que estábamos ni siquiera era una celda o una habitación. Era un patio cubierto con un carpa. Ahí pasamos un mes entero. Tan pronto entramos al patio todos se nos quedaron mirando. Nos habían visto en las noticias y sabían que éramos unos gringos acusados de asesinato, así que aunque se notaba que no pertenecíamos al lugar, teníamos un poco de respeto.

Incluso con el hacinamiento y las malas condiciones, ciertos aspectos de la cárcel mexicana eran mejores de lo que me imaginaba que serían. Ha sido la experiencia más cercana que he tenido a un campamento de verano (suena mal pero es verdad). Aunque no fuera agradable dormir sobre concreto y despertarse a las 6:00a.m. para la limpieza y el conteo de cabezas, tenía una organización clara y le daba una sensación de rutina a los días.

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La prisión parecía una ciudad amurallada, no tanto una cárcel. El área afuera de las celdas se llamaba "pueblo", y ahí los convictos vendían todo tipo de mercancía. Encontrabas de todo, desde frutas hasta DVDs piratas de shows gringos. Había incluso un metedero, controlado por los policías quienes llamábamos Los Talibanes, quienes nos observaban desde el panóptico.

Imágenes desde la prisión Venuztiano Carranza.

La cárcel es mixta. Una de las profesiones más populares es la prostitución, por eso en estas cárceles no se presentan casos de violación como en las de Estados Unidos. Tienen sitios llamados "hoteles" en donde pueden hacer visitas conyugales. Son celdas de aislamiento que han convertido en lugares en los que las personas pueden pagar para ir con cualquier visitante o con alguna de las prostitutas de la prisión, que van todos los días. Los prisioneros incluso producen su propio alcohol. Se llama turbocena y esta hecho de limas. Dicen que si se hace mal te puede dejar ciego. Desde las celdas de los narcos se escuchaban corridos mexicanos. Los mariachis son el folclor mexicano, pero los corridos son como el hijo bastardo de los mariachis que tiene un problema de adicción a la cocaína.

Comencé a dibujar bastante y a leer libros de filosofía oriental como "Shambhala: el sagrado camino del guerrero". Me conseguí un libro de español y me convertí en un dedicado estudiante de la lengua. Durante nuestro segundo mes ahí, un tipo al que llamaban "El Ingeniero" le ofreció a Carlos un trabajo como profesor de inglés y yo era su asistente. Aprendí español enseñando inglés. ¡Fue divertido! Eso se volvió mi foco. Planeábamos las lecciones, fue una experiencia bastante gratificante. Recuerdo enseñarle a la gente cómo hablarle a los policías en los Estados Unidos sin implicarse. Eso fue divertido para todos.

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A veces me sentía en paz con todo lo que estaba pasando. Otras veces odiaba todo todo lo que me estaba pasando. Me dolí pensar en lo que estaba pasando afuera, en mis amigos, en chicas. Odiaba pensar en qué sería de mi vida. Pensaba que todo era inútil, que nunca iba a salir de esa cárcel y que tendría que hacer cualquier cosa para tan solo sobrevivir. Me tenía en un régimen de estabilizadores de ánimo y antidepresivos, pero me los daban de manera tan inconsistente que me tenían en un estado maniaco-depresivo que me estaba ganando.

A la izquierda, un ejercicio de una de las clases de inglés que Eddie dictó, y a la derecha una de las páginas de su diario.

Una noche, cuando ya llevaba cuatro meses en la cárcel, una catástrofe llegó a este mundo de hedonismo y magia negra y casi termino muerto.

Ya nos habíamos enfiestado en hoteles antes, era una especia de ritual, aunque nunca habíamos estado en una fiesta con los tipos duros. Ashley, quien fue una de las mujeres a quien arrestaron con nosotros, estaba en la cárcel en una visita conyugal. De alguna manera Carlos logró contrabandear un poco de Klonopin líquido, que nos tomamos con un par de botellas de moonshine, whisky destilado de manera casera, sabiendo lo peligrosa que sería la mezcla pues la verdad es que ya no me importaba nada. Desde ahí, las cosas se pusieron raras.

En la noche hubo una especie de ritual dedicado a la Santa Muerte, que es básicamente el Dios narco de la muerte. Un tipo tenía todo un altar dedicado a este en su cuarto. El ambiente tenía un aura oscura, y yo sentía una compulsión de cuidar y proteger a Ashley, por lo que me puse un poco alzado con los tipos más rudos en la cárcel. Crlos se dio cuenta y me sacó de la fiesta, pero ya era tarde. Me convencí de que algo extraño estaba pasando y que no podía controlarlo, y me desmayé.

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Cuando recuperé la conciencia estaba en la cima de la pared del perímetro, y no tenía idea de cómo logré atravesar los barrotes y navegar a través del laberinto que era esa cárcel si estaba completamente borracho. Desde ahí pensaba en lo fácil que era escaparme, pero me di cuenta de que se me podía ir hondo, así que volví a la prisión.

Pero claro, Los Talibanes se dieron cuenta. Me golpearon, me interrogaron, y me golpearon un poco más. Intentaron meter mi cabeza entre las barras para entender cómo logré salirme en primer lugar (todavía ni yo lo entiendo). Me encadenaron a una pared y me tiraban al piso. Eventualmentese fueron. Uno de ellos se sintió mal por mí, supongo, y me dejó un par de cigarrillos. A la mañana siguiente me llevaron de vuelta a mi área. Aparentemente en México no es un crimen escaparse de prisión, pero sí te van a joder si lo intentas.

Algunos dibujos que hizo Eddie mientras estaba en prisión.

Ese fue el punto más bajo. Después de eso, Carlos y yo comenzamos a tomar lecciones diarias de una práctica meditativa conocida como Qigong y de un arte marcial que se llama San-Soo. Era mi "Karate Kid", pero me ayudaba a sobrevivir al día a día, mantenía mi cabeza despejada. Fue por esa época que comenzamos a ver que nuestro caso se movía. Un par de veces nos llegaron notificaciones que decían que estábamos entrando a distintas fases del proceso, pero yo no sabía cómo era el proceso, así que quedaba en las mismas.

Y entonces siete meses después, de un momento a otro, pasó. Nos liberaron. Carlos lo presentía, decía, por las cosas que nos decían nuestros abogados y porque nuestros amigos dejaron de enviarnos provisiones. Los otros reclusos sabían que íbamos a salir pronto porque nos comenzaron a ofrecer los servicios de otros abogados, pero claramente era un estafa. Nos decían que les diéramos $1000 porque conocían a alguien que nos podría sacar de ahí. No hubo un juicio, ningún plan definido; todo dependía de la habilidad de nuestro abogado para sobornar al juez. Al final, Carlos tuvo que intercambiar un par de favores con el cartel. Costó $320.000.

Cuando era niño solía atrapar bichos y lagartijas. Cuando los soltaba, a veces se quedaban ahí parados durante un momento, como anestesiados, sin saber qué hacer en ese momento. Así me sentí cuando me liberaron. Estaba cansado, ansioso y no sabía a dónde ir ahora, aunque tenía claro que no quería volver a casa. Tenía un poco de síndrome de Estocolmo. Pasé un tiempo en un pueblo llamado Yelapa hasta que unos amigos abrieron un Gofundme para traerme de vuelta a casa, y eso fue lo que me hizo reaccionar y darme cuenta de que ya me tenía que ir.

Carlos me llevó al aeropuerto. Me monté a un avión y aterricé en San Diego. No hubo un sentimiento real de transición, no hubo ningún cierre. No me sentí bien hasta el momento en el que estaba en un tren de camino a Los Ángeles sin un peso encima, en el mismo punto en el que había comenzado todo, pensando, "Bueno, tienes que pagar la renta. ¡Invéntante algo!"

Música de Eddie bajo el nombre de IZM.

De vuelta en Los Ángeles me sentía muy diferente a como era antes de viajar a México, pero volví a mi vida anterior. Todas mis metas anteriores se sentían egoístas y narcisistas. Sentía como si hubiera visto y viajado grandes distancias, internamente. Me sentía extraño con respecto a la cultura de las drogas. En Estados Unidos la cultura de la música electrónica, esa cultura por la que luché tanto por pertenecer, está muy ligada con las drogas. Y eso está bien, pero todo el mundo habla del daño de los transgénicos, de la necesidad de consumir productos orgánicos y luego van a olerse una línea desde la taza de un inodoro. Hay una disonancia cognitiva con la que no puedo convivir. Consumismos drogas y no tenemos ni idea de las repercusiones que eso tiene. He visto lo que el dinero de tus drogas paga. Inadvertidamente, estamos perpetuando la corrupción, la miseria y la violencia con cada pase.

Ya ha pasado un poco más de dos años desde que fuimos arrestados y aún después de todo este tiempo se me dificulta darle contexto a los eventos. Me he mantenido en un estado de aislamiento. Sé que hay algo que quiero descubrir pero para hacerlo necesito contextualizar mi experiencia y convertirla en algo positivo, algo de lo que la gente pueda sacar algo bueno. Siento que tengo la obligación de hacer algo con mi vida para que esa experiencia no defina quién soy. Lo más importante es que, como vi tanto sufrimiento y se despertó una empatía en mí, siento que debo hacer algo.

Después de esa experiencia mis metas se ha modificado pero no han cambiado. No puedo no hacer música. Es parte de mí, es algo que simplemente va a brotar desde mi interior. Lo que quisiera hacer ahora es encontrar músicos de regiones en conflicto y que me cuenten sus historias personales para luego grabar su música. Y me gustaría hacer que su trabajo, sus stems, sus historias fueran recursos abiertos para que la gente pueda construir sobre ellos. Aparte de eso, he estado trabajando en mi música como IZM y planeo volver a tocar pronto. Por el momento, doy un paso a la vez.

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Encuentra a IZM en Facebook y SoundCloud. A Jemayel lo encuentras por acá.