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Música

Oye, Peñalosa: ¡déjanos bailar!

Este es un llamado al desorden. Dejémosle claro a nuestro Alcalde que los amantes de la noche somos muchísimos más.

Cagada lo de Peñalosa. Sí, cagada lo de los proyectos de urbanizar la reserva Van Der Hammen, lo del metro que a este paso nunca va a existir, lo de la posible privatización de la ETB, lo de la subida del pasaje de Transmilenio y lo de la creciente sombra de la policía y el ESMAD.

Cagada también la noticia del pasado miércoles, en la que tanto el secretario como el subsecretario de Gobierno anunciaron, tras un presunto análisis de la medida de rumba extendida, o "Fiesta Sana y Segura" implementada por Petro en Bogotá hace dos años, que habían decidido suspenderla. Y más allá del hecho inmediato de que Peñalosa se nos metió al rancho con nuestro dancefloor, y de que no vayamos a poder amanecer enfiestados tan fácilmente, cagada porque en un nivel más profundo este es un síntoma más de esa Bogotá que nos está proponiendo el nuevo alcalde, una Bogotá que le teme a sus noches y esparce el miedo a sí misma entre sus habitantes.

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Pero antes de ahondar en lo cagada que esta suspensión puede llegar a ser para la escena electrónica capitalina, seamos sinceros con dos cosas. La primera de ellas: todos sabemos que el hecho de que nuestro Alcalde haya decidido por X o Y razón mandarnos a dormir después de las tres de la mañana no quiere decir que en realidad lo vayamos a hacer, así sin más. Fiestas hasta las quince ha habido en la ciudad desde los años de Jiménez de Quesada, y las va a seguir habiendo en este segundo mandato de Peñalosa de la manera que sea, que no nos quepa la duda.

La segunda es respecto a las declaraciones del secretario y el subsecretario, que alegaban que la medida de Petro solo había incrementado los niveles de prostitución, consumo de estupefacientes y de licor adulterado. Estas tres cosas también van a seguir sucediendo, ya sea a las doce, a la una o a las dos de la mañana, y es algo que Peñalosa y gran parte de los dirigentes de este país van a tardar años en entender: que con la prohibición y la persecución no llega la solución de una problemática, solo la sumergen en un marco peligroso de clandestinidad.

Sin duda, esto supone un retroceso para la escena electrónica bogotana, y uno bien grande. En vez de seguir avanzando para ser poco a poco una capital de puertas abiertas que funcione 24 horas, con una vida nocturna extensa, fértil, llena de propuestas culturales y con espacio para toda la gente que quiera expresarse, volvimos a ser una ciudad limitada, que restringe la vida nocturna de sus habitantes, donde solo nos permiten una pequeña franja horaria para el baile.

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No estoy diciendo que le apuntemos a ser Londres y sus squat parties, o que tratemos de ser Berlín y sus 72 horas de fiesta seguidas. Bogotá es lo que es en parte porque tiene una vida nocturna enriquecedora y propia. Y nosotros mismos somos lo que somos como generación por las noches que nos han ido moldeando, entre otras cosas. Pero hagan de cuenta que en vez de tener media hora para comernos tres platos, ahora tuviéramos solo quince minutos para tan solo saborearlos. Y hablo de tres platos que eventualmente van a empezar a ser dos, o solo uno.

Platos a los que les hemos ido metiendo poco a poco nutrientes balanceados y fortificados: propuestas musicales de todo tipo que suceden simultáneamente en una noche, que resultan gracias a casi una docena de sellos locales, a un público que cada vez abarca más características demográficas y opciones, a promotores tanto de décadas pasadas como pelados que empezaron hace dos años, a DJs con ímpetu de sobra que quieren tocar en el lugar que sea, desde casas derruidas en el centro de la ciudad con un sonido de mierda, hasta rooftops de estrato seis con código de vestimenta estricto ; también el fortalecimiento de la escenas techno, house, drum n bass, tropical bass; la activación de zonas como el Parkway, el centro o Chapinero que poco a poco se han vuelto puntos de referencia de la vida nocturna; la diversificación de las subculturas, de las expresiones, libertades y rebeldías, finalmente, que se mueven y se agitan en esta ciudad, causas tan necesarias, tan primarias… y también tan pisoteadas. Hasta el negocio detrás de las noches largas, del que viven cientos de nuestros contemporáneos, se ve perjudicado.

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Imagínense entonces todo lo que está en juego con esta decisión. No se trata de tres o cuatro horas más de fiesta. Se trata de un movimiento generacional que corre el riesgo de disminuirse y frustrarse.

La pregunta que realmente nos compete en este momento es si como escena supuestamente consolidada estamos preparados para soportar esta limitación, sin que se nos salga del barco buena parte de la tripulación. En una época en la que el sentimiento de lo contemporáneo le apunta a la noche de manera tan transversal, ¿estaremos dispuestos como escena a resistir y a activarnos más allá de la normatividad? ¿Qué opciones tenemos dentro de la baraja, y qué opciones vamos a proponer y apoyar? ¿Es necesario el regreso de una escena llena de fiestas clandestinas, en lugares secretos como en los noventa? ¿Quizá nos toque salirnos definitivamente de Bogotá para hacer raves de 12 horas seguidas viendo los cerros bogotanos a lo lejos, como muchas veces ha pasado? Incluso podríamos empezar a ver las opciones que nos ofrece el día, haciendo fiestas de 12 del día a 3 de la mañana como muchos parches están empezando a hacer. Pensémoslo como un reto, como una invitación a explorar y a experimentar, jugar con combinaciones de sitios, horarios y formatos. Los resultados pueden sorprendernos y nutrir una escena que, en este momento, de cara a la época que se nos avecina, lo necesita más que nunca.

Quizá esté exagerando y todo se maneje con frescura por debajo de la cuerda de la ley y sigamos amaneciendo en los mismos antros de siempre en esta ciudad como si nada y como tantas veces hemos hecho. Pero no quisiera dejar pasar este acontecimiento sin antes decirle a Peñalosa, de parte de muchos de nosotros, que nos deje bailar. Señor Alcalde: ya te estás metiendo con nuestro pasaje de Transmilenio, con nuestras reservas naturales, con nuestros planes de metro, con nuestros grafitis y hasta con nuestro derecho a caminar tranquilamente en la calle sin que nos requisen. Pero te la ponemos clara: no vamos a dejar que te metas tan fácil con el lugar donde tantos vamos a expiar las penas y a liberar los demonios, donde cada fin de semana se pone en juego quiénes somos. Donde encontramos eso mismo que tú mismo pretendes darnos: bienestar.

Por eso, este es un llamado público al desorden. Frente a esta circunstancia, seamos lo suficientemente inteligentes y rebelde, como para reinventar, una vez más, nuestra propia pista de baile. Sigámosla armando, pero sepámosla armar. Que no sea un alcalde quien diseñe nuestros pasos, sino que nosotros, que somos más, decidamos hasta dónde van nuestros voltios.

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Nathalia no votó por Peñalosa. Síguela en Twitter.