Ir de fiesta con depresión es diferente a lo que podrías pensar
Illustration by Sarah Schmitt

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Ir de fiesta con depresión es diferente a lo que podrías pensar

¿Qué haces cuando el bajón nunca termina y el club es tu única escapatoria?

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Artículo publicado originalmente en THUMP Alemania.

Todo el que va a antros ha experimentado una que otra sensación de mierda el día después de una gran fiesta. A veces solo puede ser mal humor y una cruda aún peor, mientras que otras veces es un sentimiento vacío de tristeza. Algunos se refieren a este sentimiento como una "depresión post-fiesta". Algunos amigos bien intencionados podrían decirte que te sentirás mejor eventualmente –otros te dirán que ya no vayas de fiesta para así evitar el bajón de una vez. Pero, ¿qué pasa cuando este sentimiento de tristeza persiste? ¿Qué haces cuando ni siquiera puedes hablar de cómo te sientes porque no hay razón evidente para sentirse así? ¿Cómo es cuando estás clínicamente deprimido y la disco es tu único intento de escape regular?

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La depresión es muy común. Un estimado de 350 millones de personas en el mundo sufre de ella. En términos clínicos, mi caso particular se llama distimia, que, según Wikipedia, "es un desorden de humor con los mismos problemas cognitivos y físicos que la depresión, con síntomas menos severos, pero más duraderos". Como los síntomas de la distimia son menos intensos que los de la depresión clásica –la cual se experimenta frecuentemente en episodios– algunos sufren de ella por años antes de buscar ayuda y obtener un diagnóstico. Yo fui una de esas personas. Los síntomas de mi condición eran fácilmente atribuidos a aspectos de mi personalidad: era extremadamente sensible, pesimista y negativo. Estos sentimientos aparecieron por primera vez durante mi niñez. Algunos niños vivían sus vidas de manera simple, pero yo perdí esa habilidad rápidamente.

Mis amigos nunca fueron de mucha ayuda, y los clichés de siempre –como "todo el mundo se siente así a veces"– sólo me hacían sentir peor por dentro. Comencé a presionarme muchísimo para finalmente poder controlarme. En la universidad, incluso las buenas notas no satisfacían a mi crítico interior. Eventualmente, tomé el alcohol como un escape. Pero el alcohol usualmente me llevaba a la agresión, crisis emocionales o a llorar por horas y horas. El día siguiente se centraba en la vergüenza del comportamiento de la noche anterior, que, en su momento, se propagaba en un nuevo ciclo de auto-desprecio y crítica. Al principio estaba estudiando en un pequeño pueblo pero luego me cambié a una escuela en Berlín, el epicentro de la cultura de clubes, para seguir trabajando en mi licenciatura.

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Ilustración por Sarah Schmitt

Mi propensión al escapismo destructivo encontró mucho combustible en Berlín. Podía pasar días en un estado alterado que me daba un sentimiento diferente, mejor que el de mi opresiva condición normal. Pronto comencé a usar drogas. No las usaba siempre, pero cuando lo hacía, me sentía más fuerte y positivo. Tal vez saben a lo que me refiero: No eres tú mismo cuando estás drogado, pero al mismo tiempo, eres completamente tú. Durante estas horas en las que usaba drogas, mis agobiantes y paralizantes mecanismos mentales parecían apagarse.

Luego de la primera vez que tomé MDMA, me di cuenta de que mis viejos pensamientos habían regresado y más intensos que nunca antes. Mis amigos cercanos encontraron la raíz de mis sentimientos en el uso de las drogas en sí, lo que, como la ciencia ha demostrado, baja tus niveles de serotonina. Pensé que todo estaría bien y que luego de unos pocos días volvería a ser el mismo de antes. Aun así, ser el mismo significaba estar deprimido. De todas maneras, pensé que consumir MDMA sería mejor que el alcohol, ya que eso sólo me pondría en más peligro.

Comencé a consumir MDMA regularmente y para cuando llegaba el lunes cada semana, ya esperaba con ansias la fiesta de fin de semana. Repetidamente salía, usaba drogas y me sentía bien por un ratito, solo para sentirme profundamente deprimido todo el día siguiente. Pasé largos episodios donde no podía levantarme de la cama. La situación se puso tan mal que comencé a escoger las clases que estaban programadas para el final de la semana. Continué viviendo así porque pensé que el estado en el que estaba era lo más cerca que podía llegar a la felicidad. Una vez, cuando estaba en la pista de baile, una mujer se volteó y me dijo: "Eres tan feliz. Nunca había visto a nadie verse tan feliz". Se quedó ahí por un rato, mirándome mientras su novio seguía intentando apartarla, hasta que finalmente se fue con él.

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Con el tiempo, el efecto positivo de irme de fiesta había disminuido y los cuasi colapsos se estaban acumulando. Las altas emocionales se emparejaron con nuevos bajones –arrebatos emocionales que traían recuerdos reprimidos de la niñez. Irse de la fiesta comenzó a ser más difícil por el miedo del bajón. Una vez pasé una larga noche en el Club de Visionare, seguido de un viaje al pináculo de la vida nocturna hedonista: Berghain. Los porteros del lugar, quienes son infamemente temidos, me dijeron –no bromeo– que debería irme a casa y dormir por unas horas, y sólo así me dejarían entrar. Cumplí, pero terminé bebiendo cervezas en un sofá detrás del club. Ahí conocí a un indigente que me contó un poco de su vida. Dijo que extrañaba a su hija a quien no había visto en cinco años, y me pregunté cómo podía quejarme de mi situación. Antes de irme le di diez euros; la mitad para alcohol y el resto para una llamada a su hija. Aceptó la oferta.

Logré volver a Berghain y esta vez entré, pero luego de tres horas ahí, me sentí alienado de todos y de mí mismo. Cuando me fui, eran las tres de la tarde. Caminé a la East Side Gallery con lágrimas en los ojos, escuchando un disco de Austra. Me acosté en la grama y comencé a llorar, rodeada de otras personas visiblemente felices. Alguien me preguntó: "¿Puedo ayudarte de alguna manera?", y sólo hice un gesto con la cabeza para decirle que no.

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Ilustración por Sarah Schmitt

La espiral de auto-acusaciones empeoró en el tiempo que siguió. Comencé a pensar más y me di cuenta de que debía buscar ayuda, pero aun así no lograba hacerlo. En retrospectiva, sé que el no ser capaz de buscar ayuda era solo parte de mi enfermedad. Sin embargo, seguía saliendo y yéndome de fiesta. Mis amigos me aconsejaron ir a terapia y luego de semanas intentando levantar el teléfono, hice una cita con un terapeuta especializado en análisis profundos. Después de la primera sesión quedó claro que necesitaba tratamiento, pero primero debía dejar de usar todo tipo de drogas legales e ilegales, lo cual era algo que no podía hacer en ese momento. Decidí seguir haciendo lo que estaba haciendo, buscando algo que sabía que no podía encontrar dentro de la disco. Pronto mis estudios se vieron afectados y también mi relación con mi pareja de ese momento. Sin importar cuánto tu pareja lo intente, no podrá empatizar con este sentimiento. No es tan simple como estar permanentemente triste o cabizbajo. Lo único que puedes sentir es impotencia.

Cuando conocí a mi novia en ese entonces, las cosas mejoraron. Pero una relación no puede rescatarlo todo, y puede desgastarse mucho con el tiempo si uno de los involucrados sufre de una depresión que te consume tanto como la mía. Simplemente no pueden imaginarse un futuro juntos cuando el futuro luce tan sombrío y condenado. Con frecuencia me sentí incomprendido, los problemas que causó mi estado mental parecían ser una carga.

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Usé lo último que tenía de energía que solo pude juntar por presiones financieras externas, y así terminé mi licenciatura. Para muchos, la universidad va seguida de un vacío –un hoyo en el que todo el mundo dice caer. Para mí, fue uno que ya había experimentado. Fui a más fiestas luego de terminar mi tesis, no porque estuviera feliz, sino porque en este punto ya era una rutina. Los meses que siguieron fueron iguales y mi estado mental empeoró.

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Ilustración por Sarah Schmitt

Hoy, veo por primera vez que la vida pudo haber sido mejor para mí. Este descubrimiento vino de factores externos, como mi novia, quien me dio un teléfono y el número de una línea de ayuda. "No me iré hasta que no hagas la llamada", dijo. Tenía razón. Encontré un terapeuta y me diagnosticó, lo que fue en sí un alivio. Saber que algunas cosas te diferencian de otras personas, de aquellos que a veces se solo sienten tristes, significó mucho para mí. Claro, este sentimiento de alivio eventualmente bajó, pero a través de las sesiones de terapia adquirí perspectiva de cómo lograr la felicidad, incluso si las situaciones sociales hacen que eso me sea difícil.

Hoy en día, todavía voy a fiestas, pero sin MDMA o drogas similares. Porque a pesar de las prometedoras investigaciones con MDMA y ketamina en la psicoterapia, los bajones luego de una noche excesiva festejando con éctasis son más difíciles de superar para las personas depresivas. Así que cualquier terapeuta tiene razón al recomendarte no tomar drogas mientras estés en terapia. Y como mi tratamiento continuará por el resto de mi vida, debo evitar las sustancias por siempre.

La vida nocturna es especialmente atractiva para la gente que sufre de enfermedades mentales. Si tienes problemas de sueño –como yo– puedes bloquearlo saliendo, y especialmente en una ciudad tan nocturna como Berlín. Ahora hay DJs que hablan de cómo poner música en las noches cambió sus vidas; cómo vivir ese estilo de vida por años ha enmascarado sus propios estados mentales o provocado ciertos problemas.

La imagen de una persona deprimida es frecuentemente dominada por el cliché de una persona triste sentada en una esquina, incapaz de divertirse de algún modo. Pero si no estás deprimido, piénsalo: tal vez la persona deprimida no es la persona que permanece en la pista de baile con una expresión agria en su cara –podría ser esa persona a tu lado que se ve tan feliz.