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Los implantes cerebrales pueden hacer que la pena de muerte se vuelva obsoleta

¿Llegará el día en que el crimen sea asunto del pasado gracias a la tecnología?
Foto vía usuario de Flickr Bill Brooks

La pena de muerte es uno de los temas más polémicos de Estados Unidos. Quienes la critican se quejan de que la pena capital es inhumana, y señalan que algunas de las ejecuciones han fracasado en matar a los criminales de una manera rápida y han terminado torturándolos. Quienes la apoyan dicen que la pena capital se les aplica solamente a las personas que cometen un crimen violento en la sociedad y que sirve a la justicia para reparar a las víctimas. Para complicar aún más el tema, las líneas políticas, étnicas y religiosas no distinguen fácilmente a los críticos de los simpatizantes. En el país, sólo 31 estados permiten la pena capital, demostrando que en este tema está muy dividido aún.

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Independientemente del debate (que no muestra ninguna señal de alivianarse pronto), creo que la tecnología va a cambiar toda esta discusión en los próximos 10 o 20 años.

Por ejemplo, es muy probable que en 20 años podamos tener implantes cerebrales que le manden señales a nuestros cerebros y manipulen nuestros comportamientos. Esos implantes serán capaces de controlar los temperamentos fuera de control y las acciones violentas; incluso, los pensamientos desagradables. Este tipo de tecnologías arrojan una pregunta obvia: ¿En vez de matar a alguien que ha cometido un crimen terrible, deberíamos alterar la manera en la que su cerebro funciona para convertirlo en una mejor persona?

Recientemente Thync, un dispositivo ya disponible en el mercado, llegó a los titulares por ser capaz de alterar los estados de ánimo. Además, casi medio millón de personas ya tiene implantes en la cabeza: la mayoría, para vencer la sordera, pero algunos también los usan para palear el síndrome de Alzheimer o la epilepsia. De esta manera, la tecnología para poder cambiar el cerebro o alterar los comportamientos ya no es ciencia ficción. La ciencia ya está bastante adelantada y tiene mucho potencial para crecer.

Algunas personas se pueden quejar de que los implantes cerebrales son demasiado invasivos y extremos. Pero resultados similares, especialmente en alterar las mentes de los criminales para que encajen mejor con las normas sociales, se pueden lograr con ingeniería genética, nanotecnología o incluso alguna súper droga. De hecho, a muchos criminales ya se les da alguna medicina poderosa que les altera el comportamiento. Finalmente, algunas personas (y me incluyo) creen que muchos crímenes violentos son consecuencia de una enfermedad mental.

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Con tantas posibilidades científicas a corto plazo para poder cambiar los comportamientos o actitudes criminales, el debate real que puede terminar teniendo la sociedad no es si se debería ejecutar a las personas o no, sino más bien si se debería llevar a cabo un reacondicionamiento de los cerebros criminales; en otras palabras, una lobotomía.

Porque quiero creer en la bondad de los seres humanos, y también creo que toda la existencia humana tiene un cierto valor, quiero buscar maneras de preservar la vida y poder maximizar su utilidad en la sociedad.

Otro de los métodos que se podría considerar para los criminales que ya han sido condenados a pena de muerte es la criogenia. En Minority Report, donde aparecen "precognitivos" que pueden ver actividad criminal en el futuro, también se muestran otras maneras en las que se maneja a los criminales violentos: por ejemplo, se utiliza una forma de animación suspendida donde los criminales sueñan sus propias vidas. Así que el concepto no es inédito. Teniendo en cuenta esto, tal vez a los criminales violentos, incluso hoy en día, se les podría dar la opción legal de la criogenia: la opción de suspender temporalmente la vida para reanudarla en un futuro en el que el reacondicionamiento del cerebro y nuevos recursos preventivos (como la vigilancia permanente) nos puedan dar la certeza de que ya no van poder cometer actos violentos.

Hablando de vigilancia extrema, este campo de la tecnología en rápido crecimiento también presenta alternativas a corto plazo para los criminales condenados a pena de muerte, y que se podrían considerar castigo suficiente. Podríamos monitorear a los criminales permanentemente, podríamos ponerles un brazalete de rastreo (o un implante) que libere tranquilizantes poderosos si se reporta cualquier tipo de acción violenta o incluso un intento de cometerla.

La vigilancia de los criminales resultaría muy costosa, pero de pronto en unos cinco o diez años programas de reconocimiento básicos engallados a drones podrían estar disponibles para hacer la vigilancia asequible. De hecho puede ser hasta más barato que eso lograr que un robot (otra tecnología que puede llegar en menos de una década) siga al criminal por todas partes. Los criminales violentos podrían, por ejemplo, viajar únicamente en carros sin conductor y que estén aprobados y sean monitoreados por la policía local. Así estarían siempre acompañados por algún drone o un vigilante robótico.

En cualquier caso, en el futuro va a ser muy difícil cometer un error sin que te cojan. Satélites, cámaras en la calle, drones y los civiles con sus celulares (y con ojos biónicos en unos 20 años) van a poder captarlo todo. Para ponerlo de manera simple: los crímenes físicos serán mucho más difíciles de cometer. Y si la gente supiera que la iban a coger, las tasas de crímenes bajarían notoriamente. De hecho, yo sospecho que en el futuro los criminales violentos van a ser capturados mucho más frecuentemente que hoy en día, especialmente si tenemos algún tipo de implante con una alerta de trauma (un dispositivo que alerta a la policía cuando el cerebro de alguien está señalando que hay peligro o trauma, como por ejemplo cuando se está siendo la víctima de un robo).

Inevitablemente, el futuro del crimen va a cambiar porque la tecnología también va a cambiar. Por eso, también deberíamos de considerar cambiar nuestras opiniones sobre la pena de muerte. La rehabilitación de los criminales que se va a lograr con la tecnología radical, al igual que mi optimismo por encontrar el bien en las personas, me ha llevado a declararme abiertamente en contra de la pena de muerte.

Pase lo que pase, no deberíamos seguir gastando miles de millones de dólares de impuestos para mantener a tantos criminales encarcelados. El sistema penitenciario de Estados Unidos cuesta cuatro veces más que el del sistema de educación. Para mí, este hecho financiero es una de las tragedias actuales de la economía y de la sociedad estadounidenses. Deberíamos utilizar la ciencia y la tecnología para rehabilitar a estos criminales y lograr que puedan contribuir positivamente a la vida ciudadana. De esta manera puede que ya no sean criminales, sino ciudadanos que contribuyen a que el futuro de todos nosotros sea mucho mejor.