La recepción estaba bien iluminada, era pequeña y olía a un desinfectante pesado que ocultaba a la fuerza otros olores. No recuerdo con minucia los detalles, más que la cara coqueta del recepcionista y su computador. Al lado derecho de la recepción había una puerta de entrada a las cabinas por la que se asomaban cada tanto tipos entre los 25 y los 35 años. Agitados y sudorosos, estiraban la mano y cogían condones de la caja que estaba dispuesta encima de la mesa de la recepción y se devolvían por la misma puerta con la mirada clavada en el piso, mientras el recepcionista nos hacía advertencias y nos cobraba la entrada.Pasada la recepción el olor era diferente. Olía fuerte, como a esencia de hombre concentrada, mezclada con humedad y quién sabe qué más cosas. El lugar era estrecho y oscuro; si a la derecha se ubicaban las cabinas pequeñitas, a la izquierda estaba el cuarto oscuro. Un pasillo central que desembocaba en una hilera horizontal de computadores pegados conectaba ambas partes. A pesar de lo maltrecho, maloliente y angosto, todo el lugar exudaba sexo. Pero no cualquier clase de sexo, sino un sexo clandestino, prohibido. Se podía sentir en todo: en los gemidos graves acallados por manos ajenas, en el golpeteo leve en las paredes, en las puertas de las cabinas abriéndose y cerrándose todo el tiempo, en una sombra moviéndose al final del pasillo cuya forma no podía distinguir, en el palmoteo producido por una penetración rápida y furtiva. El único consuelo que me dio el tipo de la entrada era que en una de las cabinas había un huequito por donde se podía ver lo que pasaba adentro del cuarto oscuro, me imagino que dispuesto para aquellos que se complacían sólo con ver.
Los cuartos oscuros no nacieron con Berghain, ni mucho menos. Este término lleva mutando desde el siglo XVIII con el precedente de las polémicas molly houses en Inglaterra, que según autores como Rictor Norton o Randolph Trumbach, fueron unos de los primeros puntos de encuentro para la comunidad homosexual en la historia, cuando todavía existía una ley de sodomía en el país que castigaba el homosexualismo con la muerte en la horca. Las molly houses, que se llamaban así porque molly era el diminutivo de 'marica', podían estar ubicadas en bares, cafeterías o hasta cuartos privados, y estaban destinadas para la socialización entre hombres, terminando muchas veces en encuentros sexuales. Así como el homosexualismo, las molly houses fueron muy perseguidas en la época y fueron el escenario de muchos arrestos y algunas ejecuciones.El lugar exudaba sexo. Pero no cualquier clase de sexo, sino un sexo clandestino, prohibido.
Las cabinas ya eran unas viejas conocidas para mis amigos y para mí. Nos recordaban noches de adrenalina en plena décima con 23, una pollería de mala muerte, borracheras en el centro con vino y aguardiente, faroles con el bombillo a medio prender, el olor de la humedad y la mancha de semen seco en el sofá. Entrar a un cuarto oscuro sí era algo nuevo para nosotros, y sobre todo atractivo. En medio de conversaciones de fiesta habíamos hablado de visitar uno algún día y de viajar a Berlín sólo para que uno de mis amigos cumpliera su sueño en el Lab.Oratory, un sitio en Berghain que no es un cuarto oscuro, pero que lleva el concepto mucho más allá: es un bar sólo para hombres , cuya entrada reza "Play safe, dress dirty, no drugs, no perfume".Aunque en Colombia el puritanismo no nos da para tener algo así como un cuarto oscuro memorable o famoso, sí existen espacios dedicados al mismo objetivo regados en algunos saunas sólo para chicos, bares gay, cabinas para ver porno y quién sabe en qué otra suerte de establecimientos.
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Al entrar por el pasillo hasta el fondo, lo único que pensaba era que sería imposible disimular el hecho de que era niña con el vestido de jean que tenía puesto. Asustada por verme rodeada de solo tipos arrechos, me escondí detrás de mis amigos hasta llegar a la fila horizontal de computadores, donde me senté en un extremo, mientras un amigo me instruía en el arte del porno gay, una materia casi desconocida para mí, a pesar de todo el porno que he visto. Después de una tanda, a mis amigos les picó la curiosidad y me dejaron sola, con mi borrachera de vino y una página de porno gay cuyo nombre ya no recuerdo.
Podría apostar mis manos a que más de la mitad de los tipos que vi esa noche eran enclosetados, y que tenían novia y hasta familia.
Por fin conquistamos la esquina deseada, después de empujar de a poquitos a tres tipos que estaban bien entretenidos sin pantalones haciendo un trencito. Mi amigo empezó a prender el encendedor por algunos segundos cada intervalo de tiempo, y a cada atisbo de luz chillábamos conmocionados. Las imágenes eran como postales mentales que se me iban quedando clavadas en medio de mi descenso hacia la sobriedad; vi bocas, rostros, ojos cerrados, nalgas, brazos, ingles, manos, espaldas, todo en composiciones bien abstractas, casi artísticas. Era como si el sitio estuviera lleno de quimeras humanas copulantes, o fuera un escenario bien criollo donde se estuviera recreando nuevamente la Guernica de Picasso, en vez de una manada de gays enclosetados, medio ebrios y muy arrechos durante una noche de fiesta casual en Chapinero.En menos de diez minutos salimos más sobrios, más boquiabiertos y mucho más manoseados que antes. Salimos hasta la recepción, en caso de que algún tipo se hubiera dado cuenta de mi presencia y quisiera salir a molestarnos. Cuando le dije al recepcionista que había entrado, me miró entre regaño y complicidad. "¿Y no le dijeron nada?", me miró sorprendido. Le respondí que no, que no se veía un culo, y que igualmente estaban muy concentrados cada uno en lo suyo como para molestarse o asustarse porque una mujer los estuviera viendo desde una esquina.Salí a la madrugada, al frío de la noche, pensando en muchas cosas. Pensé, primero, en el placer que a algunos les genera el sexo con desconocidos, algo que nunca he podido entender completamente. A mí me gusta la caza, la conquista, el premio de la presa bien luchada. Pero estos espacios, así como las molly houses en su época, llevaban el concepto de sexo rápido a otro nivel, saltándose todos los procedimientos y conductos a los que la gente normalmente tiene que someterse para conseguirlo. Estos cuartos oscuros son como zonas de distensión: cuatro paredes y un piso totalmente pegajoso, entregados al hedonismo. Al sexo puro y duro.Mis amigos estaban en las mismas, evitando manos, aunque quizá se resistían menos que yo, no sé. A veces preguntábamos entre susurros y risas calladas si esa mano era de alguno de nosotros, y al ver que ninguno de los tres respondía empezábamos a movernos incómodamente, tratando de escudarnos entre nosotros. Nuestro plan era llegar a una esquina del fondo del darkroom desde la que pudiéramos ver mejor lo que estaba sucediendo adentro, al menos prendiendo por algunos segundos un encendedor, algo que mis amigos ya habían hecho la vez anterior sin molestar a ningún tipo. A los pocos minutos de estar adentro me di cuenta de por qué no íbamos a molestar a nadie así gritáramos y chocáramos nuestras cabezas: estaban en un trance hipnótico, todo el mundo en esa habitación estaba en una arrechera muy verraca. Dentro del cuarto oscuro, así como fuera de él, sonaba todo el tiempo cualquier tipo de música, pero en realidad lo que imperaba era un silencio a medias. Por eso los susurros sonaban como gritos, al igual que las risas, y nosotros susurrábamos, nos reíamos y puteábamos a cada oportunidad, sin que nadie se fijara en nuestro comportamiento. Lo único digno de atención una vez adentro del cuarto era tu cuerpo —cuerpo de hombre—, así que yo era como un cero a la izquierda que se reía y soltaba chillidos con tufo de vino.
Larga vida al vino, al porno gay y a los cuartos oscuros en cualquier parte del mundo.¿Conoce algún otro espacio clandestino de este tipo en Colombia? Cuéntele a Nathalia por acá.¿Existirán lugares similares para gente heterosexual, para mujeres lesbianas, para trans o para bisexuales? Y en caso de que no, ¿por qué no se reclaman espacios de este tipo para todos? ¿Será que no los consideramos necesarios, o hay algo en la fuerza de la excitación masculina que pide desfogues de este tipo? Porque como mujeres la hemos sentido muchas veces esa fuerza: una energía ciega, sorda y sin ganas de comprender, al menos hasta que se consigue sosiego. Una fuerza bruta, salvaje, animal, que cuando la ecuación incluye a dos hombres se potencia, volviéndose impetuosa, y cuando se multiplica por 10, 15 o 20 en un cuarto que no tiene luz, la vibra se torna indómita, casi caníbal, como esos menos de diez minutos durante esa noche.