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Todos somos Julian Assange cagándose por las paredes

En esas mismas condiciones, cualquier otro ser humano normal se habría pegado varios tiros en el estómago o habría cometido un asesinato.
Assange heces
Foto vía Sky News

Seis años y diez meses. Tienen que pasar seis años y diez meses para que alguien encerrado pierda la cabeza y empiece a manchar con mierda las paredes de su propio inmueble, dato que, a mi parecer, resulta francamente milagroso. Si me metieran casi siete años dentro de un mismo edificio sin poder salir a la calle os juro que me vería obligado a cagarme por las paredes al cuarto día, y cuando me sacaran a rastras del edificio, lo que saldría por la puerta no tendría nada que ver con un ser humano, sería más bien una especie de mapache obeso, borracho y despeinado completamente cubierto con restos de ganchitos, semen y sangre.

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Digo esto a colación de la reciente detención de Julian Assange después de que el actual presidente de Ecuador, Lenín Moreno, levantara el asilo diplomático al activista y periodista australiano de 47 años debido a ciertos, digamos, problemas de convivencia.

Con los años de cautiverio, Assange se ha convertido en un narcisista con una visión sobredimensionada de su importancia que ha desarrollado un fuerte desinterés por los asuntos mundanos como la higiene personal, comentan algunos de sus amigos. Además, los trabajadores de la embajada llevaban años quejándose de sus cada vez más infrecuentes duchas, de sus paseos en ropa interior por los lugares comunes del edificio y de sus sesiones de patinete por las noches en las que, aparte de hacer ruido, se ve que dañaba las puertas y las paredes.

También jugaba a pelota, ponía música muy alta y hacía fiestas con amigos cuando WikiLeaks filtraba alguna información digna de ser celebrada. Como no se llevaba muy bien con los trabajadores y vigilantes de la embajada, Assange se levantaba tarde y trabajaba hasta altas horas de la madrugada. En una de sus habitaciones disponía de microondas para cocinarse sus mierdas pero también tenía un hornillo en el que a veces se hacía guisos e impregnaba la embajada con el olor de sus ágapes sencillos y humildes. Los currelas también se quejaban de que el tipo no limpiaba bien el baño después de utilizarlo y se comenta que incluso llegó a esparcir heces por las paredes de la embajada cuando sufrió unos problemas en el estómago. Habría que ver qué pasó exactamente.

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Además, Assange tenía un gato (“embassy cat” según la prensa) al que, habéis acertado, no cuidaba demasiado. De hecho se negaba a limpiar la suciedad que generaba pese a que la embajada ecuatoriana le llegó a amenazar con mandar al gato a la perrera si no se ocupaba de él de forma adecuada. En vez de limpiar su mierda prefirió pedirle a sus abogados que enviaran al gato con su familia.

También empezó a maltratar física y verbalmente a los vigilantes de la embajada, acusándolos de ser espías de Estados Unidos. Pero lo que jodió más al presidente de Ecuador fue que Assange se pusiera a espiar las conversaciones privadas del embajador para dar con información privilegiada que le permitiera chantajearlo para alargar su asilo y no tener que enfrentarse a la justicia. En relación con esto, WikiLeaks filtró una información que involucraba al hermano del presidente, Edwin Moreno Garcés, en la creación de una empresa offshore en 2012.

A todo esto, el tipo no vaciló en decir que “Ecuador es [un país] insignificante". Como veis, se había convertido en un auténtico tocapelotas.


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Pese a todo, es comprensible que, después de vivir durante casi siete años en un mismo lugar, uno se vayas convirtiendo poco a poco en un cretino y vaya desarrollando actitudes más propias de un mono encerrado en un zoo que de un humano en una embajada.

Si cuando nos encerramos en casa durante varias semanas para estudiar cualquier mierda o porque tenemos las piernas enyesadas o porque, básicamente, no tenemos amigos, a la mínima ya prescindimos de vestirnos con ropa de calle y nos pasamos el día en pijama, masturbándonos y comiendo tranchetes sin parar. Durante esos momentos la higiene es totalmente secundaria porque los humanos solo nos cuidamos cuando sabemos que alguien nos tiene que ver, si no, dejamos que la suciedad, el pelo y las ideas demenciales crezcan en nuestro cuerpo.

Al final terminamos hablando solos y dibujando duendes en las paredes del salón. Dicho esto, y viendo el estado en el que sacaron a Assange de la embajada (barbudo y con pelo largo pero, al fin y al cabo, vestido y pareciendo un ser humano), creo que lo que ha hecho este hombre es algo increíble. Siete años y solo se ha cagado por las paredes UNA VEZ, solo se le ha acusado de hacer ruiditos, dar golpes, empujar a gente y apestar. En esas mismas condiciones, cualquier otro ser humano normal se habría pegado varios tiros en el estómago o habría COMETIDO UN ASESINATO. En fin, habría convertido la embajada de Ecuador en una auténtica pesadilla, en la representación terrenal del infierno.

Ahora que su propio cretinismo ha expulsado a Julian de la embajada, este tendrá que enfrentarse a los cargos por los supuestos delitos sexuales por los que debía ser extraditado a Suecia en 2017 (cuando recibió el apoyo y protección de Ecuador de manos del presidente Rafael Correa) y, además, a la petición de extradición del Gobierno estadounidense por un grave delito contra la seguridad informática por publicar en WikiLeaks cientos de miles de documentos clasificados del Departamento de Defensa, algunos con información sensible sobre las guerras de Irak y Afganistán. La pena prevista para este tipo de actos se eleva a cinco años de prisión, en fin, un poco menos de lo que ha estado Assange en la embajada de Ecuador. Eso sí, en la cárcel es mejor no cagarse por las paredes, o eso me han dicho.

Sigue a Pol Rodellar en @rodellaroficial.

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