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Sin drogas no sé vivir: Mi primera experiencia con DMT

Como Hunter S. Thompson, creo que las drogas se deben consumir en cualquier momento y sin ninguna supervisión.

Me la vendieron como una experiencia cabroncísima. Uno de esos relatos que comienza en la fascinación y concluye en el horror. En unos pocos minutos transité la rueda de la fortuna de las emociones. Comencé en el "tengo que probarlo". Hasta terminar en "no es para mí". Hablo del DMT. Había oído todo tipo de relatos acerca de la ayahuasca. Una de las plantas que contienen la N,N-dimetiltriptamina. De las típicas visiones de ciudades futuristas, pasando por los conservadores viajes a otras realidades, hasta la clásica expansión de la mentalidad. Pero me contaron una anécdota con DMT que inmiscuía a la policía. Sé que parezco lelo, pero no sólo lo aparento, lo estoy. Debido al abuso excesivo de peyote coahuilense en mi juventud. Pero no importa cuántos kilómetros de vuelo acumules. La relación con las drogas cambia. Y después de una experiencia rara con un par de ácidos he decidido abstenerme de muchas drogas hippies. Porque como dice Benassini: "Ni que estudiara en la UNAM para drogarme con eso".

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El mejor momento para meterse una nueva droga siempre es el peor momento. Me encontraba en Ciudad Juárez, qué buenas drogas de diseño se comercian en esa frontera. Después de aterrizar de un trip en el que me atoré cuatro champis se presentó la oportunidad de probar el DMT. Los hongos se comercializan en una presentación de empaque de dulce. Dentro están mezclados con dulce y azúcar. Según la banda es la combinación lo que los potencializa. Pero también se vende en presentación old school. El capuchón deshidratado. Los famosos Golden Cap. Se rumora que provienen de Guadalajara. Y onque me he quedado hasta las cinco de la mañana en el Américas, nunca he presenciado que drogas de esta calidad circulen por la noche tapatía. Ni tampoco en el DF. Donde la hipsterización de los chocohongos, que no he probado, ha elevado su costo. 3500 pesos es el precio aproximado. Un hongo de Juárez vale 150 pesos y rinde cuatro horas de viaje. En el que te patea durísimo más de tres.

El compa que me inició preparó una cama de ceniza en un bong. Encima vertió el DMT. Que cubrió con otra capa de ceniza. El polvo blanco quedó atrapado entre el fuego cruzado de la ceniza. Toma asiento, me indicó. Para una persona de mi complexión física y de mi experiencia en las drogas la advertencia de que el DMT te tumbaba era una exageración. Pero obedecí para no empuercar el protocolo. Le jalé a la pipa y contrario a lo que sucede cuando fumas mota, el humo se quedó suspendido en el cuello de la pipa. Entonces arremetí un segundo jalón. No importa cuánto te prejuicien contra las drogas, siempre existirá una variación. Obvio interfiere tu nivel de intoxicación. Cuántas tachas te has metido en tu vida. Y cómo piloteaste todos esos departures. Y de la relación que hayas decidido entablar con las drogas desde el inicio de tu vida como adicto. Nunca he creído en la sacralización de las drogas. No soy indio. Y no voy a cometer la ridiculez de fingir una religiosidad de la que no tengo ni siquiera la más remota concepción. Como Hunter S. Thompson, creo que las drogas se deben consumir en cualquier momento y sin ninguna supervisión.

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Tras fumar comencé a experimentar una turbulencia. Que sí concuerda con los relatos de otros viajeros. Pero a diferencia de lo que escuché, no comenzó por las manos. Era una sensación generalizada. Es difícil precisar si esta sensación es física o puramente mental. Pero si el cuerpo se desconecta de la vigilia, presumo que la responsabilidad del trance recae toda en el sistema nervioso. Comencé entonces a ver una equis que se reproducía hasta el infinito. Que interpreto como el adentrarse en el estado al que me precipitaba. Luego se detuvo. Entonces vino el núcleo duro del trip. Pese a que es arriesgado asegurarlo, creo que hice una toma de consciencia. Me vi o me sentí a mí mismo de pie en medio de la nada. Pero no hablo de la oscuridad, que era total, ni de otra dimensión. Era un simple llano fundido en negro. No experimenté angustia. Ni miedo. Ni terror. No sentí nada. Y en ese instante no me cuestioné por el sitio en el que me encontraba.


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Ni siquiera sabía que no estaba consciente. Lo descubrí cuando abrí los ojos súbitamente y tenía la alfombra a cinco centímetros. Cronometramos el trip y concluimos que estuve ausente cinco minutos. Dónde. No podría explicarlo. Había sucedido todo tan deprisa que no había recalado en mis temores iniciales. Me advertían que el DMT me impondría un corte de caja con respecto a mi propia existencia. No un regaño, pero sí un awake. Por lo que cuando me lo ofrecieron lo que pensé fue: cuando salga de este momento tan escabroso de mi vida lo probaré. Pero no importa lo que uno se proponga, de repente tenía la pipa en la boca y aspiré. No me asustan las confrontaciones. Pero uno no se conoce. Aunque presuma lo contrario. No sabemos lo que tenemos en el fondo. Lo que ocultamos hasta el momento propicio para permitir que emerja. No sucedió nada de lo que se me había anunciado.

Sólo experimenté un cambio. Volví de la desconectada de excelente humor. Tranquilo y tropical. En los días sucesivos me invadiría una sensación de bienestar. Sé que podrá parecer una pendejada, lo es, pero la conclusión de aquel trance fue la siguiente: me encantan las drogas. Sin drogas no sé vivir. No me hizo falta ninguna recapitulación de mi existencia. Salí de ahí dispuesto a ser un mejor drogadicto. Con la tranquilidad de saber que me puedo drogar sin lastres y sin culpas. Quizá me hace falta indagar más en la naturaleza del DMT. Pero mi experiencia como consumidor de sustancias me indica que no es un viaje del que se pueda volver uno adicto. Y si alguien tiene malas experiencias nacen del abuso. Pero yo soy un atascado. Y en cualquier rato voy a reincidir. Aunque la neta, la veo difícil, si deseo un señor viaje mejor trago peyote.

@Charfornication