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Música

También se vale salir de fiesta sobrio

"Sentir cómo la música potencia nuestros estados alterados es muy placentero, pero la sensación de sudar la gota entera hasta el fin, sin más que el sonido de tu artista favorito haciéndote bailar, es algo que a uno lo marca por más tiempo".

Hay algo en estar borracho que me parece una chimba, no lo voy a negar. Cuando lo sentí por primera vez, a mis 14 años, experimenté una noche de mucho miedo mezclado con emoción, risa nerviosa y compinchería con mis demás amigos. No estaba del todo ebria, pero el vodka que había tomado de ese vaso me hacía sentir una tibieza rara por dentro, mientras los papás de mi amiga me devolvían a mi casa: era la certeza de que había descubierto un estado mío, alterado, que disfrutaba mucho.

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Los siguientes años lo disfruté más. Hay algo en el emponzoñamiento etílico que sigue conservando una magia, no se puede negar, o sino no se explicaría el hecho de que diez años después siga haciéndolo de vez en cuando, al igual que muchas otras personas. Con los años llegaron otras intoxicaciones, otros estados, otras mezclas químicas que se abarrotaban en el cuerpo y que algunas veces borraban casi que a la fuerza los sucesos de una noche que uno quería recordar, mientras la opción de haber permanecido sobrio durante la fiesta se hacía cada vez más lejana e inalcanzable a medida que uno iba cayendo en el agujero del desmadre.

Pero así como he disfrutado de los estados alterados, los he aborrecido y he abusado, a quién voy a engañar. He conocido y me he revolcado en ambas orillas cuando salgo de fiesta: he remado hasta los límites de la intoxicación, del guayabo ontológico y de la amnesia, y también he surcado con un poco más de esfuerzo las aguas de la sobriedad, el cansancio prematuro y la buena memoria de los eventos.

Creo que esa es una gran ventaja de la sobriedad en una fiesta, que uno se acuerda de todo, de principio a fin. Y eso, para una persona que de por sí tiene mala memoria como yo, es muy importante. Por eso con los años he procurado no salirme tanto de mis cauces cuando el artista que voy a ir a ver es importante para mí, lo cual sucede muchas veces. La noche queda grabada con un cincel más filoso en la cabeza y uno siente que lo disfrutó de verdad, contrario a lo que pasaría si uno decidiera volverse un Dionisio del nuevo milenio en plena noche y terminara destruido, desmemoriado, con guayabo y con la duda de si en realidad la pasó bien.

Y obviamente si vamos a enlistar buenas razones para permanecer sobrio en una fiesta, el bolsillo debe ser una de las primeras. Sin alcohol y sin otros aditivos, la cuenta de la noche se reduce a la entrada del lugar y el taxi de vuelta, que muchas veces suma bastante, pero el panorama no empeora más que cuando uno se enloquece en medio de la prenda, y ni decir de si uno lleva a bordo la tarjeta.

El otro gran punto de la sobriedad es el baile. Sí, obviamente el nivel de cansancio es mucho mayor y uno lo siente mucho más rápido, pero al menos se tiene el control de los movimientos toda la noche. Al bailar sobrio, uno empieza a ser más consciente no solo de los sonidos que le van rodeando el cuerpo, y cómo este empieza a manejarse para coincidir con el ritmo, sino también se observa cómo poco a poco el público, con amigos incluidos, se van volviendo erráticos en la manera de bailar y de moverse a lo largo de la noche. Al final de la fiesta, hay muchos a los que ya ni siquiera les da la lucidez para caminar y salen en hombros de amigos o de los mismos guardias, como héroes de la decadencia, mientras uno pasa caminando normal, derechito para la casa en taxi porque, eso sí, la sobriedad no da tanta gasolina como para rematar todas las veces después de una fiesta.

Pero sin duda la mayor ventaja de la sobriedad es la ausencia absoluta de guayabo, que en mi caso (al menos), no es tan cierta porque en las noches en las que me tomo apenas una cerveza he descubierto que el trasnocho y el frío es lo que más duro me da a la hora de salir de fiesta. Sin embargo los síntomas en estos casos nunca llegan al exacerbante dolor de cabeza, de cuerpo y a veces de alma que representa un guayabo después de haberse excedido, aparte de perder todo un día quejándose en la cama hasta la noche, donde quizá haya algo que hacer y probablemente uno termine en las mismas.

Por todo esto, salir de fiesta sobrio es una opción que siempre vale la pena considerar. Por mi parte puedo decir que, andando de fiesta en fiesta, de sitio en sitio y de calle en calle, me he dado cuenta de que en muchos casos la sobriedad es la mejor amiga de la gente que disfruta la música y lo que es por sí misma. Obvio, sentir cómo la música cataliza y potencia esos tragos o lo que sea que uno se haya comido es muy placentero, pero la sensación de haber sudado la gota entera toda la noche, sin más que el sonido de tu artista favorito haciéndote bailar, es algo que a uno lo marca por más tiempo.