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Oriana. Todas las fotografías por Edu Alegre
LGBTQ

El día a día de las prostitutas trans del Camp Nou

“Yo estoy aquí por mi polla. Los tíos me recogen por eso”.
EA
fotografías de Edu Alegre

Son las 10 de la noche de un martes. Edu y yo acabamos de subir al coche y estamos conduciendo por los alrededores del Camp Nou. Las trabajadoras sexuales de la zona ya están haciendo la calle, separadas por varios metros de distancia las unas de las otras. Hemos pillado cena así que decidimos parar a comer en un parking público.

Vemos a varias mujeres alrededor, así que nos acercamos con la esperanza de que alguna quiera hablar con nosotros y explicarnos su historia. Las prostitutas, trans y cis, llevan décadas trabajando en los alrededores del Camp Nou (el estadio donde juega el fútbol club Barcelona), convirtiéndose en una de esas realidades invisibles de la ciudad. Realidades que ahora no solo conviven con los locales (quienes las conocen aunque raramente hablen de ellas), sino también con el turismo y la gentrificación.

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Maria Candela

La primera con la que nos encontramos es María Candela. No se llama así, pero nos pide que utilicemos ese alias para respetar su intimidad. Tiene 52 años y es de Panamá. Al principio es bastante reacia a hablar con nosotros. Nos mira con cara seria, no se fía. Pero conforme avanzó la conversación y ve la manicura de mis uñas, se relaja. Parece que, para ella, igual que para otras de sus compañeras, el hecho de hablar con un chico gay que se pinta las uñas es tranquilizador.

No es de extrañar. María Candela lleva 12 años dedicándose a la prostitución y la zona de en Camp Nou ha pasado por momentos de bastante tensión. “Antes había más dinero y más clientes, pero también más movimiento de drogas, más peligro” dice. Me cuenta que aunque ella no ha sufrido agresiones físicas, sí robos.

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Después de tantos años ejerciendo, los clientes que tiene son muy distintos, pero nos cuenta que la mayoría “son hombres casados, con hijos” y que “lo que más se pide es sexo oral, mamadas”. Me confiesa también que su pene es lo que más les gusta a sus clientes: “Yo estoy aquí por mi polla. Los tíos me recogen por eso”, dice.

Cuando le pregunto si se imaginaba que acabaría ejerciendo la prostitución, reconoce que no. “En mi país estudié y trabajé. Estudié finanzas en un colegio bilingüe de contabilidad…nunca pensé que me dedicaría a esto, lo hago por necesidad”. Si pudiera elegir, trabajaría a tiempo completo en algo relacionado con las finanzas o le dedicaría más tiempo a su sueño: la interpretación.

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Tras media hora de charla y ya a punto de despedirnos, llega una furgoneta del Departamento de Salud de la Generalitat de Cataluña. María Candela me cuenta que “aquí vienen varias asociaciones: Médicos del Mundo, Stop SIDA… Nos dan preservativos, información de todo lo que tiene que ver con nuestra salud, toma de hormonas, información judicial…”.

Nos acercamos para hablar con las dos mujeres que hay dentro de la furgoneta para ver si nos cuentan algo más, pero enseguida nos damos cuenta de que no están por la labor, así que decidimos que es mejor seguir a lo nuestro.

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A Rosana la conocimos justo después y, a diferencia de María Candela, no se siente para nada cohibida por nuestra presencia. Más bien al contrario: está encantada de hablar con nosotros y lo hace de forma natural y extrovertida. Su historia también es diferente a la de su compañera. Colombiana de 25 años, tan solo lleva 15 meses en España y hace 3 días que ejerce como prostituta en la zona del Camp Nou, aunque antes también se dedicaba a ello.

Me cuenta que ejerce como trabajadora sexual por dos motivos: no tiene papeles que le permitan el acceso al mundo laboral y tiene que mantener a su familia. El dinero que saca de la prostitución es dinero rápido que puede mandar a Colombia, pero con el tiempo quiere estudiar derecho. “Me gustaría trabajar en inmigración, ayudar a mis compañeras y a las mujeres trans para que no nos estigmaticen más” cuenta.

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Rosana

Coincide con María Candela cuando le preguntamos por los clientes. Dice que son “variados y piden cosas diferentes” pero al contrario que su compañera, Rosana sí ha sufrido agresiones: “No falta el gilipollas que te quiere dar en la cabeza. En Granada tuve una agresión en la que un hombre me quería tirar de un tercer piso”. Aun así, reconoce que para ella el mal rollo también se extiende entre compañeras, porque “los clientes son de todas y de ninguna a la vez”.

Cuando le pregunto por qué trabaja en la calle Rosana confiesa que, si la ciudad se lo permite, prefiere la calle por el equilibrio entre gasto y beneficio. “Para tener un anuncio publicado tienes que invertir mínimo 700 euros a la semana, y ya hay mil anuncios de otras chicas. Y a eso suma los 300 euros de piso a la semana”. A pesar de las condiciones a las que se enfrentan cada día, Rosana es un claro ejemplo de una mujer que hace todo lo posible por protegerse. Se define como “demasiado ordenada” y sus encuentros sexuales son siempre con preservativo. “Por unos cuantos centavos, no voy a perder mi vida” explica.

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Después de hablar con Rosana, Edu y yo cogemos el coche de nuevo. Acabamos llegando a la zona donde trabajan las mujeres cis y pensamos que puede ser buena idea acercarnos para saber cómo es su trato con las mujeres trans, si se conocen o si se ignoran por completo. De primeras comprobamos que es más difícil hablar con ellas: son más distantes, no quieren hablar con nosotros y cuando lo hacen suelen ser desafiantes. Sus motivos tendrán, no lo pongo en duda.

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Al final conseguimos hablar con Mar, tarraconense de 40 años que lleva más de 20 años dedicándose a la prostitución. Según nos cuenta baja a Barcelona habitualmente, sobre todo si queda previamente con los clientes. Cuando le preguntamos por sus compañeras trans nos dice que “más o menos nos conocemos. Yo tengo trato con un par: 'Hola', '¿qué tal?' y 'adiós'… lo típico. Ellas tienen su zona y nosotras tenemos la nuestra”.

Antes de despedirnos de Mar, le preguntamos si cree que hay algo que la diferencie de las trabajadoras sexuales trans. “¿El coño, por ejemplo?”, dice tajante. Y no le falta razón, al menos no del todo. La mayoría de mujeres trans con las que hablamos no están operadas, tienen pene. Todas ellas afirman que es lo que les da trabajo y que no tienen interés en operarse porque su identidad, lo que les convierte en mujer y como ellas se sienten, está siempre por encima de sus genitales.

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Oriana

Es el caso de Maria Candela, de Rosana y también el de Oriana. Es de Venezuela y tiene 35 años. Llegó a España hace casi una década y es trabajadora sexual desde entonces, salvo un periodo de unos 3 años en el que estuvo casada y trabajaba en una tienda. Su historia difiere de la del resto de sus compañeras porque Oriana tiene papeles y, por lo tanto, tiene más facilidades a la hora de encontrar un trabajo.

Cuando le pregunto por qué dejó la tienda responde que “el pago era una mierda”. Oriana sabe que podría dedicarse a otra cosa, pero asegura que con la prostitución consigue dinero fácil. “No lo hago por necesidad” afirma. No obstante, reconoce que nunca se imaginó en esta situación: “Yo era completamente antiprostitución cuando estaba en Venezuela. Allá es mucho más peligroso”.

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Tres horas por los alrededores del Camp Nou y muchas conversaciones después, volvemos a casa. Pero en el coche, ya de vuelta, me doy cuenta de que, más allá de lo que haya escrito o no en este artículo, lo que me han contado me ha servido a nivel personal. Todas, sin excepción, me han dicho que son felices. Son conscientes de que sus condiciones de vida, por desgracia, no son siempre las que les gustaría. Pero por encima del sufrimiento que puedan sentir en su día a día y del estigma social que les persigue constantemente, se sienten satisfechas consigo mismas.

Sienten satisfacción porque, a pesar de las adversidades a las que se enfrentan, han conseguido tirar adelante con sus vidas y, sobre todo, han conseguido construir su propia identidad. Gracias a ellas me he dado cuenta de que estamos llenos de prejuicios respecto a quiénes son y cómo son sus vidas. Pero después de conocerlas, esos prejuicios, al menos para mí, son hoy un poco más insignificantes.

@miguelretegui / @eduard_alegre

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