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Comida

Me quedé sin comida luego de 28 días en el mar

Navegando al rededor del mundo en bote, BOBBIE ha sido increíble. Sólo hubo un mal momento, cuando me quedé sin comida en medio del mar.
Photo by Emily Richmond

Navegando alrededor del mundo en mi pequeño bote BOBBIE ha sido increíble. Salvo por la vez en que luego de 28 días en el mar, me quedé sin comida.

Es el día número 28. Estoy sola, otra vez, en un mar llamado Arafura. Y no hay una mierda para comer.

El navegar alrededor del mundo en muchas formas termina pareciéndose a una manera exótica de una carrera de supermercado. Bajo el ancla, llego hasta la orilla y tomo un taxi al mercado más grande cercano. Mi carro desbordante de latas de frijoles, cajas de fideos, bolsas extra grandes de avena y demasiada pasta. Parece que tengo OCD o que soy una loca preparándose para el apocalipsis. Es que me gusta comer. Le comento a la cajera del otro lado.

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Pero en el momento, un mes más tarde de la compra de mis raciones, las cosas están pareciendo mucho menos abundantes. Aún peor, mi gas de cocina se ha terminado inexplicablemente. Pienso: Ay Dios mío, voy a morir de hambre!

Rápidamente me pongo a trabajar juntando un par de cajas con un pedazo de vidrio y un espejo que saqué del barco y puse como reflector. Así nada más me hice una cocina solar cacera. Gracias a Dios que gasté miles de horas en el internet mirando escenarios de sobrevivencia mórbidos.

Mi nuevo horno no es bonito pero funciona increíblemente bien, muy parecido a cuando de niños freímos hormigas con una lupa gigante. Adentro del mismo, puedo hidratar mi avena, calentar mi comida enlatada, y hornear scones con los sobrantes de harina y margarina que me quedan. En otras palabras puedo seguir sobreviviendo

Aun así, me pregunto cuánto tiempo más podré aguantar. No tengo motor y no ha habido nada de viento en casi una semana. Las 200 millas que me quedan entre aquí y la vida podrían perfectamente ser dos millones - día a día no me estoy acercando a nada. Cuando me despierto en las mañanas es lo mismo que en la noche: un horizonte interminable en cada dirección. Me aferro a la creencia popular que no importa lo malo que sea el tiempo, nunca dura para siempre.

Cuelgo mis piernas por el borde del barco mientras miro a los desechos que se van flotando. Cajas de fideos, pequeños cartones de jugo, tapas rojas cortesía de coca cola- que me recuerdan cruelmente de la comida de otras personas y a nuestra apatía conjunta.

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Emily Richmond

Todas las fotos del autor.

Aunque luego algo increíble pasa. Me convierto en parte del paisaje – quieta, nada más que yo misma. Los peces paran de mirarme como una barca y me empiezan a ver como una sombra. Para el día ocho de la calma el yate se une completamente a la vida. Ahora cuando cuelgo mis piernas en el borde miles de peces nadan en mis tobillos reaccionando a las burbujas que pateo. Hay atunes pequeños, dorados verdes, hasta un par de tiburones bebes más allá. Y de repente algo dentro de mí surge como un impulso primario: Hey, me podría comer eso, se me ocurre. ¡Puedo comer eso!

Recientemente deje Papúa Nueva Guinea luego de un año en las isla con amigos, para los que cazar es menos un deporte y más un estilo de vida. Miro alrededor del barco e inmediatamente encuentro una larga lanza de bambú que mi amigo Lolo había hecho. Es de cuatro metros de largo, fuerte y fina, con una docena de metales afilados saliéndole de una punta. Tírala en medio de los peces, recuerdo que me decía. Como si le fueras a dar un buen golpe.

Debería detenerme aquí para decir que ordinariamente no me interesa la parte sangrienta de la vida. Me gusta pensar que soy una mujer valiente, pero el pensar en las veces que fui a pescar y tuve suerte me pone muy triste. Siempre me arrepiento inmediatamente; ¿Qué he hecho? Pienso mientras veo quedar sin oxigeno y pelear por su vida a un mahi mahi y su maravilloso arcoíris de colores.

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Aunque la culpa no está por ningún lado hoy. Tiro un poco de basura al agua y veo un montón de peces rodeándola. Y ahí tiro la lanza. Es casi demasiado fácil. En un cuarto de hora, estoy parada con mi lanza de un lado y docenas de peces a mis pies.

Emily Richmond

Paso un pequeño cuchillo como si fuera un abridor de cartas a través de su vientre, con sus comidas y tripas saliéndose para afuera. Miro a los restos grises volver al océano, y hundirse lentamente antes de ser comidos por sus antiguos amigos. Es lo que hacemos todos, pienso.

En el calor del día, cocino un puñado de pescados abiertos por la mitad en mi horno casero. La otra mitad la corto en tiras de carne y las pongo en los anzuelos de las líneas que coloqué alrededor del bote – así me preparo para la siguiente comida. Es todo tan improvisado, pero el resultado es el mismo. Todo lo que necesitamos esta aquí. Siempre lo ha estado.

Seis días más tarde, me dirijo muy lentamente hacia el puerto de Dili, una hermosa joya de la costa de un Timor Este post conflicto. Un bote de aluminio brillante se acerca a mí. En el un tipo flaquito llamado Tino me saluda y me indica un buen lugar para tirar mi ancla. "Bienvenida a Dili!" me grita sobre el ruido de su motor. Lo interrumpo inmediatamente: "¿Hey