Samanta Siagama dice que ha sido amenazada por gobernadores indígenas. “Ni los guerrilleros me quieren cerca”, dice. / Fotos: Óscar Güesguán | El Espectador
Por Joseph Casañas, 'El Espectador'Mónica entra a la iglesia y se roba todas las miradas. Bueno, casi todas. Hay fieles que cuando la ven caminar por el centro del templo se obligan a mirar para otro lado. Les incomoda que a la casa de Dios entre una persona como ella. Es una indígena transgénero. Se santiguan y susurran una plegaria con los ojos cerrados. Aprietan con fuerza el rosario.VICE Colombia reproduce este artículo en el marco de su alianza informativa con el diario 'El Espectador'. Vea la nota original aquí.
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Samanta, la mejor amiga de Mónica, entra en la escena. Toda la semana, en compañía de su esposo, que también es un indígena embera, estuvo trabajando en una finca en el municipio de Peñas Blancas. Ella cocina y su compañero sentimental recoge café. Llegaron a Santuario a hacer mercado. Es alta, morena y tiene caderas grandes. Usa un jean descaderado y una blusa roja ombliguera. Le pide a su amiga que por favor la acompañe a hacer una vuelta. Se quiere poner un piercing en el ombligo. Esa joya que ahora se ve brillar a lo lejos no es sólo un accesorio de moda. Es, si se quiere, un símbolo de rebeldía, de su rebeldía.
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