Coronavirus

Estoy confinado con 12 personas en una casa del centro de Barcelona

Éramos 17, pero 4 decidieron pasar la cuarentena con sus familias o sus parejas.
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Todas las fotografías cortesía del autor

Marcos escucha la alarma del cuarto de al lado a las 7:30 AM y sabe que es hora de irse a dormir. Pasó toda la noche descubriendo el mundo frente a la pantalla y no volverá a despertarse hasta las cinco de la tarde. En el cuarto de al lado, Chelsea y Eliot se preparan para empezar sus ocho horas diarias de teletrabajo tumbados en un sofá cerca de la ventana.

Entre las nueve y las once nos despertaremos algunos de la planta de arriba, que también conservamos nuestros trabajos a pesar de la crisis desatada por el brote del coronavirus. Aunque las ventanas de todos los cuartos dan a la calle y el ruido empieza sobre seis de la mañana, después de unos meses viviendo aquí ya nos arrulla.

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Pasado el mediodía se despierta el resto, o sea la mayoría. Hacen ejercicio, tocan la guitarra, pintan, leen, escriben, meditan, hacen videollamadas, juegan tenis de mesa o hablan en la cocina. Perdieron sus empleos al decretarse el confinamiento, pues trabajaban como camareros, en la limpieza, posando desnudos en una academia de artes o recibían extras por donar su esperma a un banco de semen.



Normalmente en esta casa vivimos 17 personas, pero cuatro de ellos prefirieron irse a pasar la cuarentena con sus familias o en pareja. Hasta la fecha, 13 personas llevamos 44 días confinados en el centro de Barcelona en una nave de 800 metros cuadrados y dos plantas que en 2012 compraron tres arquitectos y la convirtieron en una casa para artistas, inspirados en proyectos similares que vieron en ciudades como Nueva York o Berlín. La idea es que convivan artistas de diferentes disciplinas, que se inspiren mutuamente, organicen movidas juntos y paguen el alquiler. Así que aquí vivimos músicos, pintores, escultores, fotógrafos, cineastas, escritores, diseñadores, organizadores de eventos y dos gatas.

La casa no solo está equilibrada en cuanto a artes y sexos, las nacionalidades también son diversas: España, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina, Inglaterra, Sudáfrica, Ucrania y Austria. Las edades van de los 24 a los 37. Desde el año pasado, cuando llegamos la mayoría de los que estamos ahora, se han organizado eventos abiertos al público, como exhibiciones y mercados de arte.

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Todos soñamos con vivir solo del arte que cada uno hace, y nos apoyamos mutuamente para continuar con ese proceso, pero por el momento nadie lo ha conseguido: pagamos el alquiler con trabajos que no nos gustan. Para algunos llegar a fin de mes es una preocupación constante, pero ese deja de ser el motor del día a día cuando aparte tienen un proyecto que les apasiona.

Ninguno de los 13 se asustó realmente por el riesgo de contagio que existe al compartir una casa con tanta gente. Como le ocurrió a muchos, antes de la cuarentena solo eran chistes de cocina y memes en el grupo de Whatsapp sobre el coronavirus. Mirábamos vídeos de cómo la estaban pasando de mal en China allá encerrados, pero eso era al otro lado del mundo, "aquí no vamos a llegar a eso" decíamos.

La misma noche que se decretó el estado de alarma, nos reunimos en la cocina para dejar claras las reglas durante el confinamiento: solo se puede salir a hacer mercado y no, nadie le va a poner collar a las gatas para sacarlas a pasear, la norma solo dice “perros”. No puede entrar nadie que no viva aquí, y que no se nos ocurra dormir en otras casas o siquiera visitarlas por ninguna razón. O sea, gente con pareja fuera de casa, lloren todo lo que quieran pero no van a comprometer la salud de 13 personas. Aquí nos quedamos todos, aunque sobrevivamos juntos o nos volvamos los 13 fantasmas de una casa abandonada. Al día siguiente compramos jabón de manos y alcohol desinfectante para la cocina y los cuatro baños compartidos, como nos indicaron los dueños.

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Es normal que al principio a todos nos causara ansiedad la idea de estar confinados con tanta gente. Además del miedo al contagio, estaba la frustración por no poder seguir con nuestras rutinas. Estos son los 13 rostros que veremos los siguientes no sé cuántos días. Los 13 culos que se sentarán en el mismo váter y las 26 manos que tocarán la misma manija de la entrada cuando vayan o vuelvan del mercado. ¿Cómo me voy a asegurar que todos cumplimos las normas de sanidad si no somos capaces de mantener la cocina limpia al menos por un día?

Mientras nos quejábamos, nuestros amigos nos decían por vídeo que sentían envidia porque al menos podíamos interactuar físicamente con varias personas. Quizás la monotonía puede ser más fácil de llevar viviendo con mucha gente. También depende de con quién vives, pues la gente a la que ves todo el día te inspira a formar tus hábitos. De ahí surgen las ideas y luego los proyectos. Nos bastó la primera semana para darnos cuenta que aunque no tengamos balcón para salir a aplaudir y el agua caliente dure muy poco, pasar el confinamiento con tanta gente es un privilegio.

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Hay murales en las paredes exteriores de todas las habitaciones, que fueron pintados por gente que vivió aquí. Al ser una casa pensada para artistas, los cuartos son bastante amplios, ideales para trabajar en ellos. Lo mismo las zonas comunes, como la cocina, donde tenemos un gran comedor, y las tres salas de estar, la galería, un pequeño gimnasio y al lado una mesa de ping pong. Vivimos en un castillo artístico de dos plantas en Barcelona, camuflado por el disfraz de una antigua fábrica atrapada entre edificios.

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A pesar de que más de la mitad no están trabajando y por tanto no tienen que madrugar, se sigue respetando una regla que ya había antes del confinamiento: no se puede hacer ruido entre semana después de la medianoche, pero si es fin de semana y te molesta la música alta o las carcajadas que vienen de la cocina en la madrugada, ponte algodón en los oídos.

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Durante la cuarentena se han hecho, de lunes a viernes, talleres de escritura, de pintura y charlas con expertos que van desde economía hasta el tarot, por videollamada. En las noches vemos películas con el proyector en la sala o jugamos cartas en la cocina, y luego de varias jams se está gestando una banda de rock: Los Bandidos de la Cuarentena.

Los fines de semana la banda toca los covers que ensayaron entre semana ante un público formado por gente de la casa y laptops con las caras de algunos amigos que se unen virtualmente a la fiesta. Omar y Harriet, dos realizadores audiovisuales, están entrevistando a la gente y filmando todas las actividades, pues quieren hacer un documental sobre la casa. De hecho Omar, con su productora Octarino Media, rodó el piloto de una serie en esta casa. También se grabó aquí el primer videoclip de mi banda, Nautas Loops, que lanzaremos pronto.

Hay quienes dicen que van a echar de menos este momento, o sienten pereza de volver a retomar todo lo que hacían en el mundo exterior cuando esto acabe. Sin embargo, todos estamos de acuerdo con que esta productividad artística empezó a funcionar colectivamente con la llegada de la cuarentena. Antes no se daba esta cercanía entre los 13. Teníamos nuestros proyectos, pero dentro de nuestros cuartos, y muchos trabajaban todo el día fuera de casa. Ahora que todos estamos todo el día, hemos tenido la oportunidad de conocernos más e inspirarnos mutuamente.

Nos gusta pensar que la cuarentena en esta casa inspirará futuras novelas, canciones, poemas, fotografías, cuadros, esculturas, documentales, películas y mucho más.

Me decía Rocío, que vive aquí hace más de un año, que de alguna manera estamos convirtiendo la casa en lo que creíamos que era antes de mudarnos aquí, o mejor dicho, en lo que queríamos que fuera. “Para varios era decepcionante que a pesar de vivir en un espacio tan guay, andábamos muy dispersos. Nos juntábamos más que todo para unas birras y pasar el rato, que está muy bien, pero no es lo que esperas de un lugar así. Ahora cada uno está aportando para que realmente funcione como una casa de artistas”.

Hasta el momento, ninguno ha tenido síntomas. ¿Seremos 13 asintomáticos? Nadie se ha hecho el test. Tampoco hablamos tanto del virus como al principio de la cuarentena, algo que agradezco en nombre de mi salud mental. Creo que terminamos la fase de aceptar la situación, ahora queda esperar a que el confinamiento acabe y seguir moviéndonos para que la casa no vuelva a ser la misma de antes.