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Drogas

Gente nos cuenta la manera más ridícula en que ha perdido droga

¿Quién no ha meado sobre un gramo de MDMA o ha dejado un pollo de farlopa de propina?
Imagen vía usuario de Flickr Robert. / CC BY 2.0

A veces pasa, según me han contado, que la droga se volatiliza, desaparece de la faz de la tierra sin dejar rastro, como los calcetines que se meten a la lavadora y nunca más se vuelve a saber de ellos.

Perder (y por consiguiente normalmente también buscar) droga es jodido por varias cosas. La primera es por la doble naturaleza de las sustancias psicoactivas, a la vez materiales e inmateriales, como Dios y su vástago Jesucristo. Cuando uno pierde dos pastillas pierde dos dosis sólidas de una pasta de pequeño tamaño con símbolos estampados, pero también pierde la experiencia de sentir que todo el mundo es majísimo de repente y que nunca había respirado tan hondo y que de pronto la música entra de otra manera.

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Además, cuando uno pierde dos pastillas, o medio gramo de M o una piedra de hachís no puede buscarlo con la misma alegría ni con el mismo ahínco ni haciendo partícipes a las mismas personas a las que podría implicar en la búsqueda de unas llaves. Tampoco puede aparentar nerviosismo si no quiere que el resto se alarmen o sepan que se droga. Cuando uno está buscando droga, la búsqueda ha de ser sutil, comedida y discreta, lo que convierte al proceso en una especie de duelo entre los instintos y la compostura.

Pero quizá lo peor de perder droga sea la sensación de imbecilidad que se le queda a uno. Y para demostrar esta tesis, le pedí a alguna gente que me relatara la situación más ridícula en la que ha perdido mandanga.

MDMA ADULTERADO

Tenía 22 años y estaba yendo al Arenal Sound con mis amigas. Antes de partir nos hicimos con un alijillo de sustancias y las escondimos en distintas partes del coche (que conducía yo). Decidí guardarme un gramo de MDMA en las bragas, en el forro de abajo que normalmente tiene una parte abierta, por si había controles policiales.

En el camino paramos a mear y cuando fui a tirar de la cadena me di cuenta de que el gramo, que se me había caído, flotaba entre orín y agua. Lo rescaté, faltaría más, pero pensé que se habría echado a perder y que mis amigas no volverían a hablarme en todo el viaje. Gracias a Dios no fue así. Cuando llegamos al festival comprobé que éramos menos escrupulosas de lo que pensaba porque nos lo volcamos entero y nos echamos unas risas con el ememeao.

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Alba, 28 años.

SPEED DE DOBLE CENTRIFUGADO

Hace un par de años, cuando todavía vivía en casa de mis padres, volví de un festival con la cabeza bastante frita y me puse a hacer lavadoras. Me había sobrado bastante speed porque al final la gente se compadecía de mí y de mi pobreza y acabaron invitándome a drogas más high class, pero no sabía dónde lo había puesto aunque sí que había vuelto conmigo, porque mi último recuerdo era haberlo cogido de la tienda de campaña.

Pasaban los días y las semanas y no encontraba el paraca con el speed sobrante, y aunque tampoco me preocupaba demasiado, a veces me planteaba dónde habría ido a parar. A veces hasta me ponía paranoica y me rallaba con si me lo había dejado por casa y mis padres podrían haberlo encontrado.

A los meses, cuando ya casi ni me acordaba, lo encontré en el bolsillo de un pantalón corto. Estaba hecho un mazacote raro, como una mezcla de plástico y polvo porque lo había lavado y paseado hasta entonces. Lo guardé en principio para hacer la gracia, pero una noche acabamos metiéndonoslo mis amigos y yo, con la excusa de que el speed ya trae muchas mierdas de serie. Así que qué más daba un poco de detergente y de suavizante.

Ana, 25 años.

DEJAR BUENAS PROPINAS ERA ESTO

Hace unas semanas estábamos comiendo en un bar y le dijimos a un colega que no fuera rata, que dejara propina, a lo que él respondió volcando toda la calderilla que tenía en la cartera en la cesta de la cuenta. De lo que no se dio cuenta es de que entre todas esas monedas de veinte céntimos había un gramo intacto de farlopa. Poco después de irnos nos dimos cuenta del pastel, y mi colega tuvo que pasar a pedirle al camarero "algo que se le había quedado en la cesta". El camarero le respondió "ya, ya" al tiempo que se lo devolvía mientras en la puerta el resto nos descojonábamos.

Diego, 27 años.

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LA CLÁSICA INCAUTACIÓN MATERNA

Siempre he llevado los porros en el monedero más hortera y llamativo que tengo, que en este caso era uno de pelo con estampado de leopardo. Una noche de borrachera llegué a casa (de mis padres) y al sacar las llaves en ese estado se me cayó el hachís en las escaleras que hay justo antes de entrar a mi casa. Mi madre fue la gran afortunada en encontrarlo cuando, pocas horas después, salió a barrer la puerta, algo que se hace mucho en los pueblos. No hubo gran regañina, ella sabe qué clase de hijos tiene. Pero a partir de entonces me ponía mala cara cada vez que veía el monedero.

Esther, 32 años.

COMO VAYA YO Y LO ENCUENTRE

Estaba en una discoteca con dos amigas e íbamos bastante pasados aunque era pronto, así que decidimos pillar medio gramo de M, de cuya custodia me responsabilicé. Le dimos un poco pero cuando al rato una de ellas me lo volvió a pedir me di cuenta de que ya no estaba. Miré en todos lados, en la cartera, en todos mis bolsillos, en los calzones… No estaba. Llamamos otra vez al camello y le volvimos a encargar otro medio, así que debió flipar un poco porque no había pasado ni media hora. Poco después de haber recibido y pagado el segundo pedido, caí en la cuenta de que tenía el primer medio gramo en el calcetín. Como os podéis imaginar, ese día nos pusimos como Britney Spears en sus mejores años.

Óscar, 26 años.

DEVOLVER LA CARTERA O NO DEVOLVER LA CARTERA, ESA ES LA CUESTIÓN

Lo curioso de esta historia es cómo recuperé mi piedra de hachís más que cómo la perdí. Resulta que me dejé la cartera en el autobús, con mi DNI, mi tarjeta del médico, mi abono de transportes y por último y no por ello menos importante, una buena china. El conductor de autobús que se la encontró me la llevó, gentilmente, a casa de mis padres, que era la dirección que aparecía en mi DNI. Yo no estaba en ese momento, así que abrió mi madre y al pobre chico le debió surgir un debate interno entre si dársela a ella y probablemente delatarme, que mi madre supiera que llevaba porros dentro o robarme la piedra de hachís. Así que decidió meterle una bola.

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Le contó que había encontrado mi cartera pero que se la había dejado olvidada en casa, y le dejó su número y el recado de que le llamara para recuperarla. Así fue: le llamé, quedé con él y me la devolvió intacta, sin un triste pellizco al hachís. Me explicó toda la historia, le di mil veces las gracias y volví a confiar en la especie humana. Al día siguiente me escribió por WhatsApp que si quedábamos y le dije que no. Porque habría sido el comienzo de una bonita historia de amor, pero a ver qué le hubiéramos contado a nuestros hijos.

Adriana, 27 años.

EL LADRÓN DE POLLOS

Íbamos una amiga y yo en su coche, ella se iba de cena antes de salir y yo a mis cosas, así que dejé el pollo en su bolso, que a su vez dejó en el coche. A las dos horas, me llama mi amiga diciéndome que había dejado la ventanilla abierta y que un desalmado había echado mano del bolso y solo se había llevado el pollo. Todo lo demás, intacto. Fue un día devastador, mi amiga me acusó de haber dejado las ventanillas bajadas y de que por mi culpa nos hubieran robado el pollo entero. Luego ya se calmó, pero se vivieron momentos de tensión.

Borja, 25 años.

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