armario de los trastos
El armario de los trastos. Fotografías por Paul Schwenn

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alquiler

Intenté alquilar un armario de mi casa por 400 euros

El mercado inmobiliario está tan mal que me hizo plantearme: ¿cómo de mal tiene que estar una habitación para espantar a la gente?

Este artículo se publicó originalmente en VICE Alemania.

Conozco bien el mundo de WG-Gesucht, el portal de alquiler de habitaciones más famoso de Alemania. Cuando me mudé a Berlín era un estudiante de 18 años sin trabajo y sin dinero. Todas mis solicitudes parecían acabar directamente en la papelera de reciclaje. Pero las tornas han cambiado desde entonces: cada vez que anunciamos una habitación libre en casa, me llegan enseguida cientos de correos a la bandeja de entrada.

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Me resulta extraño. Nuestra casa no está mal, pero no es un palacio. Está en un bloque de pisos gris cerca de Alexanderplatz. La vista desde la ventana son dos gasolineras, escombros de un casino demolido y uno de los gimnasios del coreógrafo alemán Detlef D! Soost.

No tenemos salón y si queremos comer juntos tenemos que sentarnos alrededor de una mesa de IKEA que impide por completo acceder a la cocina y al baño. Por 370 euros el mes, no es precisamente barato para ser Berlín (sí, lo sé gente de Londres, ya sé que no se puede comparar con lo vuestro). Lo bueno es que está muy bien situado: llegas a Kreuzberg en diez minutos y a Berghain en cinco. Pero eso no justifica la cantidad de solicitudes que hay cada vez que se queda una habitación libre.

Esto me hace plantearme: ¿cómo de cutre tiene que ser una habitación o una casa en Berlín para que nadie se interese por ella?


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Esta duda dio lugar a un experimento. Nuestra “habitación (armario) de trastos” podría convertirse en un espacio habitable en el que nadie debería querer vivir. Son tres metros cuadrados sin ventana. ¿Está tan mal el mercado inmobiliario en Berlín como para que este sitio suscite algún interés?

Lo primero que necesitábamos eran algunos muebles y decoración; una cama de camping de unos 10 euros, un cuadro destartalado que intercambié por una chocolatina, una lámpara para el escritorio con forma de corazón que nos salió gratis y una pegatina para la pared con una verdad universal: el hogar está donde esté tu corazón.

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Das fertige Zimmer. Es ist winzig.

Foto: Flora Rüegg

Para los elementos que necesitan montaje, engatusé a un amigo manitas. Lo primero es la cama de patas inestables, luego el escritorio plegable con bisagras que apenas soportan el peso de la tabla de contrachapado. Ponemos una estantería y colgamos el cuadro y un calendario con fotos de mi perro. Tras dos horas de duro trabajo, la habitación está lista.

El siguiente paso es crear el anuncio. Antes siempre compartía mis anuncios de WG-Gesucht en Facebook, pero no me apetece que mis amigos me pillen intentando alquilar mi armario. Utilizo un nombre y un perfil falso y termino siendo Emanuel Flickenschild, un intelectual de veintitantos. Me creo una cuenta de correo y publico el anuncio con el titular: “Acogedora habitación en un bloque de pisos (¡en pleno Berlín!)”. En la descripción pongo que es “un pequeño oasis de descanso” y hablo del “encanto cutre que refleja el espíritu actual de Berlín”.

Ahora toca ponerle precio a la terrible habitación. Decido que serán 100 euros por metro cuadrado más gastos (wifi, servicios, etc.). En total, alquilar esta habitación costará 400 euros el mes. Obviamente no le voy a cobrar eso a nadie, no voy a alquilar la habitación de verdad. ¿Pero habrá alguien dispuesto a pagar esta cantidad?

A pesar de que esta habitación de 400 euros al mes es literalmente un armario, la bandeja de entrada de Emanuel se llena enseguida. Entre el anuncio de WG y el de eBay recibo 75 solicitudes de diferentes estratos de la sociedad: estudiantes de física, seguratas y hasta residentes de la Isla de Man.

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Se ve claramente que algunas de las solicitudes son un copia-pega de la respuesta que mandan a todos los anuncios que se publican. Esos son los primeros que descarto y ya volveré a ellos si no recibo muchas más solicitudes. Entre las demás hay cumplidos sinceros a la habitación como: “Es muy diferente a las demás, pero parece increíble y me gusta el rollo”.

Sorprendentemente no recibí muchos comentarios malos, solo un par sarcásticos. “Enhorabuena”, escribe un tal Philipp, “No creo que nadie pueda superar esos 3 metros cuadrados”. Aun así, sigue interesado. Jonas pregunta si los que vivimos en ese apartamento nos hemos inventado ese sistema para que alguien pague el alquiler por nosotros.

Ver el interés de la gente por la habitación hace que me sienta mal por haberla ofrecido. Cuando hablo de esto con mis amigos, intentan apoyarme diciendo que lo único que estoy haciendo es poner de relieve las terribles condiciones del mercado inmobiliario en Berlín. Pero eso no acaba con mi sentimiento de culpa; no tengo ni idea de cómo pueden los arrendadores vivir con esa sensación todo el tiempo.

Noch ein Screenshot von dem Inserat.

Captura de pantalla "WG-gesucht"

Para no aprovecharme de nadie, decido dividir a los solicitantes de mi falso anuncio en grupos. Ignoro a los que, por alguna razón, se han quedado sin casa de repente y están desesperados por encontrar un sitio donde vivir. También descarto los que están en Berlín de visita o los que solo van a estar en la ciudad un corto periodo de tiempo.

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Tras horas practicando argumentos que justifiquen cobrar 400 euros por una habitación de 3 metros cuadrados, estoy preparado para conocer al resto en persona.

Eine Collage zweier Fotos des winzigen, winzigen Zimmers.

Foto: Flora Rüegg

Lisa

La primera persona que concertó una visita fue Matt, un estudiante que escribió que pensaba que la habitación “molaba mucho”. Nunca aparece (algo que se convierte en costumbre, ya que me dan plantón una vez tras otra). La primera que sí se presenta es Lisa, que es de un pueblo de Bavaria. Se mudó a Berlín para participar en un programa de voluntariado para jóvenes del Gobierno.

Sonrío nervioso mientras invito a Lisa a entrar, le ofrezco una cerveza y le pregunto si le gusta el sitio. Me cuenta que su padre la ha acercado hasta allí y que quiere dejar su piso de las afueras de Berlín lo antes posible.

Lisa no se lleva bien con su compañera de piso porque la trata como a una niña. Llega incluso a darle sermones condescendientes por audios de WhatsApp. Mi sistema de selección no pudo tener en cuenta este tipo de desesperación.

Durante un rato nos quedamos callados. Lisa es muy educada como para pedir ver la habitación y yo estoy muy nervioso como para enseñársela. Finalmente la llevo hasta allí y abro la puerta de la habitación. Se queda con los ojos como platos y suelta un eterno “Oooooh”. Después vuelve en sí y pregunta educadamente cómo se sube a la cama. “Aún falta colocar la escalera de cuerdas”, respondo.

Lisa dice que ya ha visto todo lo que tiene que ver. Está lista para mudarse si nosotros queremos. La llevo a la mesa de la entrada para sincerarme. “Oh, ¿era una broma?”, pregunta. Yo asiento. Por suerte, sonríe. Mi compañero de piso se une y nos quedamos hablando media hora sobre la búsqueda de piso de Lisa, con la que lleva meses. Nos habla del acoso sexual que ha tenido que aguantar —“el precio es tan barato por algo”— y nos cuenta más cosas de su terrible compañera de piso.

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Tiene otra visita en Spandau, justo en el límite de la ciudad, en la que tiene puestas muchas esperanzas. Mientras nos despedimos, le pido perdón tres veces más.

Ethan

Ethan, de Austin, Texas, un productor de vídeo de 25 años, se acerca dando zancadas con confianza y me saluda con un firme “¡Encantado de conocerte, Emanuel!”. Me siento fatal. Actualmente comparte una habitación con un desconocido en un hostal de Kreuzberg. Mientras tomamos una cerveza, charlamos sobre su pasión por la lectura, sobre la serie Babylon Berlin y sobre la política en Estados Unidos.

Quince minutos más tarde llega el momento de echar un vistazo a la habitación. Entra, asiente y dice: “Servirá”. Sale y me pregunta por los turnos de limpieza del piso. No doy crédito.

Noch eine Collage aus zwei Fotos der sehr, sehr kleinen Kammer.

Foto: Flora Rüegg

En vez de hablarle de los turnos de limpieza, le cuento la verdad. En un principio Ethan parece decepcionado, pero luego confiesa que en realidad no estaba interesado, ya que no tiene claro si habría podido estar de pie en la habitación. Dice que habría renunciado a la habitación en cuanto hubiera llegado a casa.

Ethan confía en que encontrará una habitación. Tiene otro par de visitas concertadas que le dan buena espina. Antes de irse, me pide que le mande un enlace al artículo publicado, y quedamos en tomar una cerveza en el futuro, aunque me parece que tiene el mismo interés en tomarse algo conmigo que en el armario.

Klara

Mi siguiente invitada es Klara, estudiante de la Universidad de Humboldt. Klara viene acompañada de su amigo João, que viene de Portugal para pasar un año de Erasmus. Sospecho que son pareja y que quieren compartir la habitación.

Mientras hablamos de tonterías, descubro que ya ha pasado por quince visitas las últimas semanas. João parece estar de buen humor, así que hablamos de Oporto, su ciudad natal. Klara, por otro lado, parece aburrirse, así que vamos al grano. “¿Tenéis alguna pregunta de la habitación?”, pregunto. “Sí, son tres metros cuadrados de verdad?”, pregunta Klara. “Así es”, confirmo. Admite que tenía la esperanza de que fuera un error.

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Claramente desilusionada, me sigue a la habitación. Esto requiere pasar por delante de mi habitación y me había dejado la puerta abierta. En comparación con el armario, de repente mi habitación parece tan amplia como la sala de espera de primera clase de un aeropuerto internacional. Sin embargo Klara no parece sorprendida; en vez de eso analiza fríamente los detalles de la habitación. “No hay sitio para guardar mis cosas”, apunta. “Tampoco tiene ventana”. Bromeo con que, de todas formas, el paisaje alpino es mejor que una ventana. Me ignora. “¿De verdad son 400 euros de alquiler?”. Sí.

Klara se lo piensa un rato antes de anunciar su decisión. “A largo plazo no me interesa, pero me lo quedo mientras busco otra cosa”. No me lo esperaba. Klara me explica que no soporta seguir compartiendo habitación con su hermano, así que para ella esto es una mejora. Me retracto de inmediato y le explico que no alquilo la habitación de verdad.

Klara cree que estoy de broma, así que le enseño el resto de habitaciones para que vea lo normales y reales que son; le demuestro lo absurdamente inestable que es la cama y le recuerdo el desorbitado precio del alquiler. Klara tenía el presentimiento de que algo no era normal, “pero la habría alquilado igualmente”. Me planteo ofrecerle la habitación gratis hasta que encuentre otra cosa, pero me acuerdo de que el precio del alquiler no es lo único que hace que sea un sitio inhabitable.

Nos quedamos ahí en silencio un rato. “Bueno, vale”, dice Klara rompiendo el silencio. João, del que me había olvidado por completo, sigue sentado a la mesa por alguna extraña razón y no parece entender nada de lo que está pasando.

Antes de que se vaya, al igual que hice con los demás, le prometo que estaré alerta y que contactaré con ella si me entero de algo. Y pienso cumplirlo. Así que si alguien sabe de una habitación libre en Berlín, que me mande un correo a emanuelflickenschild@gmx.de. ¡Gracias!