Sigue a THUMP México en Facebook
Este artículo se publicó originalmente en Broadly.Ilustración por Tuesday Bassen.Para un porcentaje bastante significativo de la población, el sonido de alguien que come papas a la francesa o que jadea sonoramente en el bus es, literalmente, una tortura. A quienes padecen misofonía —también conocida como trastorno selectivo de sensibilidad al sonido—, determinados ruidos les provocan ira y pánico.
Publicidad
Publicidad
Nadie está seguro del todo sobre qué provoca la misofonía, aunque los investigadores creen que tiene que ver con un fallo neurológico en el sistema límbico, que controla las emociones básicas (miedo, placer e ira) y también los impulsos (hambre, sexo y dominación). Algunas hipótesis apuntan a que es similar a la sinestesia, una enfermedad perceptiva según la cual una sensación sensorial desencadena otra involuntariamente; en otras palabras, determinados sonidos activan involuntariamente el sistema límbico, que crea una sensación involuntaria de ira o miedo.Dado que la misofonía es un fenómeno descubierto muy recientemente y como el tormento del sonido infernal de una boca masticando podría parecer algo menor para alguien que no comprenda el aspecto neurobiológico de este trastorno, se producen numerosas percepciones erróneas sobre ella en la cultura popular. Por ejemplo, en el Today Show Kathie Lee y Hoda menospreciaron recientemente este fenómeno tachándolo de "falso-fonía", ofendiendo de ese modo a la comunidad misofónica y provocando que surgiera una petición en Change.org exigiendo una disculpa. En general, según me explicó Krauthamer, la gente suele confundir la misofonía con sentirse simplemente irritado con los sonidos desagradables, pero eso es incorrecto. Si alguien masticara chiche en un aula, por ejemplo, cualquiera podría sentirse molesto por el ruido; sin embargo, alguien con misofonía tendría mucha dificultad para concentrarse en las palabras del profesor debido a sentimientos de pánico o ira.Lee más: El sistema de sonido más fuerte del mundo te mataría si lo escuchas
Publicidad
Por razones obvias, sentir ira pura en presencia de sonidos ambientales aparentemente inocuos interfiere en la vida social de estas personas. Krauthamer me explicó que ella siente ansiedad cuando va al ballet, cosa que le encanta, porque el silencio requerido es especialmente vulnerable a las interrupciones por parte de alguien que se suena la nariz entre el público. Para muchas personas que sufren misofonía, cualquier tipo de plan que implique comer o beber es una fuente potencial de ansiedad. "Estar en compañía de otras personas siempre es arriesgado", afirmó Dion. "La gente no puede evitar hacer sonidos que a mí me van a molestar, simplemente es así".Lee más: ¿Cómo es estar dentro de un cuarto construido para que haya silencio total?
Publicidad
Publicidad
En los grupos de apoyo a la misofonía existe muchísima documentación que respalda esta afirmación. Un post en el foro misophonia.com se titula, bastante gráficamente, "¡¡¡Hasta oía pestañear a mi ex!!!". En otro post, un hombre de Alemania escribe largo y tendido sobre sus problemas con su novia: "Cuando mi novia respira, traga o mastica me pongo furioso". Y el pasado marzo una mujer escribió que no podía dormir en la cama con su marido porque odiaba el sonido de su respiración. "No puedo justificar empujarle solo porque está respirando, así que me quedo tumbada en la cama, completamente despierta, sintiéndome cada vez más frustrada y rabiosa. "Con mucha frecuencia hasta rompo a llorar".Para alguien con misofonía que convive con un obstinado e implacable masticador de purés o con un roncador empedernido, las cosas pueden no ir bien. Sin embargo, los investigadores proponen varios métodos para tratar la misofonía, desde aplicaciones móviles a terapia de exposición, pasando por técnicas de sanación psicosomática. Mientras tanto, parece que la solución más paliativa es encontrar una pareja que sea comprensiva y paciente. "Mi marido ya se da cuenta cuando tengo riesgo de sufrir un ataque de misofonía", indicó Krauthamer. "Si está comiendo cereales y entro en la cocina para hacerme un café, juro que mantiene la cuchara quieta, a dos centímetros de la boca, y la deja ahí hasta que salgo de la habitación. Se lo agradezco muchísimo".Al crecer, la hija de Dozier también empezó a sufrir de misofonía. "Daba órdenes y decidía quién se sentaba dónde en la mesa para intentar alejarse lo máximo posible de mí", recordó. "Por aquel entonces yo tenía un chasquido en la mandíbula y ella se quejaba de eso: 'Puaj, ¡te suena la mandíbula! ¡Puaj!'. Y yo le decía algo así como 'No puedo evitarlo, ¿sabes? No puedo evitarlo, Melissa'". Cuando le pregunté si aquello hería sus sentimientos, respondió entre risas: "No, pensaba que las cosas eran así y punto".