​El arte de bailar detrás del DJ
Ilustración: Sara Pachón

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Música

​El arte de bailar detrás del DJ

Con varios años de experiencia en aquello del "aleteo" y el "candeleo", he tenido el privilegio de presenciar el surgimiento y evolución de este menospreciado pero laborioso arte y por fin resolver el enigma de su proliferación.

A mediados del 2000, cuando a Colombia comenzaban a traer grandes DJs y el calendario de fiestas cada vez se hacía más numeroso, gran parte de la juventud criolla encontró en la música electrónica un desfogue, una manera de viajar, literalmente, a estados donde los problemas del día a día no llegaban a asediarlos. Y no solo muchos buscaban un escape, muchas –en este caso– buscaban asegurar su futuro. Siendo un muchacho, veía cómo mientras Marco Carola entregaba su sesión, varias señoritas, con botas de invierno en la ciudad de eterna primavera, le bailaban atrás mientras sus pechos modificados lo rodeaban en una especie de cortejo que intensificaba el calor del lugar. Tal vez lo protegían de la veintena de fans que buscaban ofrecerle un trago de sus respectivos elixirs, o a lo mejor solo querían una foto con el Dan Bilzerian napolitano, pero era tal el compromiso de este escuadrón de ortópteras adaptadas al salto, que ninguna empresa de seguridad hubiera resguardado mejor a un artista de esta envergadura.

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Fue así como comencé a apreciar lo lindo de este arte.

Pasaron los años, y el panorama fue cambiando. Ya no era el mismo asistente entusiasta a todos los toques de todos los DJs que venían a mi ciudad, sino que opté por escuchar los artistas que musicalmente merecían de una presencia obligatoria. De esta manera, veía que los atributos carnosos disminuían dramáticamente, y que su lugar lo ocupaban promotores, DJs, amigos groupies y amigos de esos amigos groupies. En fin, era casi como ver un simulacro de Boiler Room. Al parecer el bailar detrás de un artista internacional brinda un estatus internacional, un aire de superioridad frente a la muchedumbre danzante, así toque untarse de ellos para pedir una cerveza o ir al baño.

Por momentos pensaba: ¿será que el monitoreo le brinda un sabor especial al licor? ¿Acaso el sonido no se disfruta mejor en la pista? Pero luego razoné y me aferré a una idea: confié en que la oportunidad de tener un DJ tan cerca, no obedecía a nada distinto que al afán de apreciar de cerca su técnica para aprender de él. ¡Pero claro! La adquisición de conocimientos es un arte maravilloso. Por fin comprendí que la aglomeración en esa cabina no era más que un estudio de campo.

Y si estando allí hacinados todos ellos disfrutan de la noche, al igual que nosotros –la muchedumbre danzante–, todo bien, todo bonito.