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Cultură

Por qué deberíamos dejar de tirar cuetes en Nochevieja

Esta Nochevieja, emborráchate, coge como conejo, ve una peluca navideña ridícula, cómete las uvas y manda whatsapps con deseos hipócritas. Haz lo que quieras, pero no tires cuetes.

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Durante las fiestas navideñas el centro de la ciudad se llena de hordas de consumidores compulsivos haciendo cola en las tiendas de ropa barata para, de cara a los Reyes Magos, hacerse con alguna ganga confeccionada en condiciones miserables por gente cuyos derechos nos la traen floja.

Pero lo peor de las fiestas, al menos para muchos, está aún por llegar. Se acerca el Fin de Año y, con él, el particular agosto de los fabricantes, vendedores y amantes de los cuetes. Da igual que su venta y uso esté prohibida en algunas ciudades. Da igual que los perros se mueran de pánico con el ruido. Da igual que todo el mundo coincida en que son peligrosos. El hecho es que, por alguna razón que desconozco, aún hay gente que encuentra extremadamente divertido colocar estos pequeños artefactos en la vía pública, prender la mecha y alejarse unos metros para, tras la explosión, soltar una risotada de excitación nerviosa. Digámoslo alto y claro: a menos que tengas 10 años o seas un auténtico pendejo, tirar cuetes no tiene ninguna gracia.

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"Llevo tres semanas sin poder soltar a los perros", explica María. "El barrio se ha llenado de carteles con fotos de perros perdidos, que han salido huyendo despavoridos tras escuchar un cuete". Sólo hace falta una mínima dosis de empatía para ser consciente de que un cuete genera auténtico terror en un perro: su capacidad auditiva quintuplica a la nuestra, por lo que uno de estos artefactos les vuela literalmente la cabeza. Las taquicardias, los temblores, la ansiedad, las náuseas y la desorientación son las respuestas más frecuentes. "Tengo cuatro perras, y tres de ellas sufren durante todas las Navidades", cuenta Laura. "Una no quiere ni salir a la calle desde que se hace de noche. Puede estar más de doce horas sin hacer pis, y si escucha un petardo echa a correr hacia casa. Las otras dos tiemblan como hojas". En Vitoria, por ejemplo, han decidido este año limitar el lanzamiento de petardos a un cuarto de hora. Sólo quince minutos para festejar el Año Nuevo, con el objetivo de proteger a las mascotas.

"Mamá, he perdido un ojo"

Más allá de lo mal que viven estos días los perros y sus dueños está la infinidad de ocasiones en los que, manejando petardos, alguien sale herido. Y habitualmente suelen ser los niños.

"Mi vecino tenía siete años cuando un cuete le explotó en el ojo", me cuenta mi amigo Santiago. "Tuvieron que ponerle uno de cristal para el resto de su vida". Y es que a mediados de los 80 conseguirlos era muy -pero muy- sencillo. En mi barrio los vendía el dueño de una tienda de ultramarinos que, aun a sabiendas de estar haciendo algo dudosamente ético, no tenía reparos en despacharlos a micos que apenas acababan de aprender a leer.

Además de animales y menores insensatos, hay otros colectivos especialmente vulnerables a este tipo de diversión tan típicamente navideña. Los niños autistas los sufren especialmente, y algunas asociaciones de padres piden encarecidamente, año tras año, que no se use pirotecnia. "Cualquier modificación del ambiente rutinario afecta enormemente a algunos niños del espectro autista", explica Montse Giménez, psicóloga y profesora de deficiencia mental y auditiva en la Universidad Cardenal Cisneros de Alcalá de Henares. "Entre esas alteraciones, la sobreestimulación sonora es una de las que genera mayor malestar", apunta.

Esta Nochevieja, emborráchate. Si puedes, coge como conejo. Ponte un gorro de papá Noel o ve una peluca ridícula. Cómete las uvas en los cuartos y haz circular whatsapps con deseos hipócritas. Haz lo que quieras, pero no tires cuetes. Yo, y muchos como yo, te estaremos eternamente agradecidos.