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Música

‘Cross’ de Justice, diez años después

Recordamos uno de los discos con más publicidad del 2007, que desafiando toda expectativa, sólo ha mejorado con el tiempo.
Fotografía: Roger Ho. Vía Facebook Justice.

Este artículo apareció originalmente en Noisey Francia.

En 2007 venía saliendo de varios años de escuchar –y haberme involucrado– en la escena de la nueva música electrónica parisina. En teoría, este tipo de música tiene como objetivo prender fuego a la pista de baile, rechazando (conscientemente o no) las reglas del house y el techno de la década anterior. Veneré estos géneros en su momento, hasta que empecé a verlos como algo pomposo y estirado, sobretodo en la época del Y2K y la llegada del euro. El estilo trastornado, imperfecto del "French Touch 2.0" me encantó por mucho tiempo, pero finalmente llegué a mi punto de saciedad. Su saturación sistemática y su estructura hiperactiva, ya no funcionaban para mí. Ahora todo lo que evocaba era a alguien en cocaína, vodka y bebidas energéticas, manteniéndome cautivo con monólogos banales en la sala de fumadores de un club social que ahora está cerrado -mientras le echaba un ojo a su presa de la noche, con quien se drogaría y fajaría en los baños.

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En la noche de Navidad del 2006, regresé a casa sin estar lo suficientemente borracho como para irme a dormir. Había buscado toda la noche algo bueno para escuchar, sin mayor éxito. Por casualidad le di oportunidad a un edit de "Gladys Knight" de Walter Gibbons, que languidecía entre mis archivos. Mis sentidos intensificados por un poco de mota, me hicieron darme cuenta que esta vehemente y benévola manipulación de elementos –con una narrativa propia del momento– me hablaba más que cualquier otra cosa que hubiera escuchado en todo el año. Poco tiempo después, me topé con "Who's Afraid of Detroit" de Claude VonStroke. Inesperadamente, su denominado "minimalismo" también tuvo un mayor efecto en mí al momento. Después, en junio de 2007, Justice lanzó Cross en una atmósfera de intensa expectación –según recuerdo, incluso causó más hype que Human After All de Daft Punk estrenado dos años antes, y un poco menos que el blockbuster Random Access Memories de 2013– y el disco se estrelló contra mí inevitablemente como barco enemigo. Y tampoco podía decir que ya estaba en otras cosas y no quería engancharme con él.

Antes de eso, la rolita medio engañosa de Justice " D.A.N.C.E.", fue lanzada con un sonido infantil y disco-funk que me había gustado mucho –al menos hasta la sexagésima vez que la escuché, dado que el resto del disco me rozaba los oídos, me arañaba los nervios como un arado sobre tierra seca. Al final, terminé por sentirme asqueado con el disco. Me sentía casi traicionado por su "rockerismo", o mejor dicho, su neorockerismo lleno de referencias al metal y al rock de California –dos géneros que nunca había logrado acoger en mi corazón. Me sentí traicionado por su objetivo obvio y revisionista de hacer "varonil" rock electrónico, que en mi mente era una provincia en un mundo post-género, o al menos post-masculino. Naturalmente, en ese momento no tenía ganas de darle al nuevo álbum una oportunidad, pero en meses y años siguientes lo escuché frecuentemente. Esto fue sobre todo por uno de mis colegas de oficina, un carismático diseñador (François Chaperon, por no mencionar nombres). Cuando escuchaba Cross en el estéreo instalado en la oficina, parecía que entraba en increíbles trances mientras trabajaba cortando imágenes de celebridades en Photoshop.

Al discutir sobre el disco con él, me di cuenta de algo simple que nunca había percibido antes en la música de Justice: Gaspard Augé y Xavier de Rosnay eran diseñadores, por lo que su música no podía dejar de ser tan excesivamente visual. Estaba llena de imágenes, compuestas de la misma manera en que se piensa en la "composición" de una animación. Podían ser vistos como titiriteros, según la percepción que se tuviera de su trabajo. Pero lo que me molestaba –aparte de las referencias al rock– era precisamente eso. Su música parecía diseñada para contemplarse o para sufrirse, en lugar de simplemente ser experimentada. No entendía los disturbios que el dúo provocaba en sus conciertos; para mí, su show era como una sesión sadomasoquista dirigida por un robot autómata. Me recordó la escena con la "máquina de aprendizaje" en The Under-Gifted. No veía lo que los "niños" sacaban de esa interacción; según lo sentía, no había mucha sustancia.

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