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Vinieron las lluvias, menguó la sequía y los wayuu pudieron regar sus cultivos y mojarse los labios. Los burros parecían a salvo. Pero el dólar se disparó y la tasa de cambio se elevó en un 30 por ciento. Los 200 dólares se convirtieron en 4,000 pesos, en 5,000. Y volvió la carnicería.Pasé horas, largas horas, en el desierto de La Guajira y no vi un solo burro. Vi la fauna más tierna: pavos de paso clasista, cerdos retozando en un abrevadero, iguanas despavoridas, chivos temerosos, vacas en los huesos y algún taparo en retiro. "¿Ya no hay burros?", pregunté. Javier Iguarán, un líder wayuu graduado en Derecho, me contestó: "Sí hay, pero menos que antes".Son muy pocos los wayuu del desierto que tienen cuenta bancaria, carro propio y billetes en los bolsillos. En vez de eso, atesoran animales de corral y ganado. Caballos, vacas, burros y mulas son de mayor valor y quien más cabezas posea es más rico y respetado. El animal que más cultivan es el chivo. Una familia promedio puede llegar a pastorear rebaños de cien cabezas. Bill Weaver, un agente de cooperación internacional asentado en La Guajira, alguna vez me dijo que él sentía que los wayuu recibían con más gratitud algo dado para los animales que algo dado para ellos."¿Y qué van a hacer para dejar de matar los burros?", le pregunté a Javier. Se tomó unos segundos para responder. "Es un dilema que tenemos ahora", dijo. "Matarlos para vender el cuero es el perjuicio más grande que ha tenido nuestro pueblo. Y si la situación sigue así, el burro va a desaparecer en La Guajira".Puedes leer más entradas de Fotografías verbales aquí.