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Al principio despertaba a mis padres, gritando. Me mandaban de nuevo a mi cama y me decían que las casas antiguas producen sonidos naturalmente. Cualquier sonido proveniente del ático o el clóset era sólo el viento, o madera podrida, o ratones. Traté de creerles, pero yo sabía lo que oía.
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Estas experiencias reivindicaron la mía. Durante años, nadie me había escuchado cuando hablaba de fantasmas. Mis padres me dijeron que estaba soñando, que era demasiado imaginativa, que tenía que dejar de leer tantas historias de horror. Pero cuando mis amigas vieron las mismas cosas, sabía que no estaba loca. Finalmente podía contarle mis experiencias infantiles a un público más comprensivo, a personas que realmente creían lo que estaba diciendo.Me gustaba ser conocida como la chica que vivía en la casa embrujada. A primera vista, sólo era una típica estudiante de preparatoria en mis jeans rasgados Hollister, pero los rumores de las apariciones me daban un aire de misterio. Aunque la mayoría de las personas llegaban a mi casa para beber sin supervisión adulta, algunos lo hacían por la novedad de estar de fiesta en una casa encantada. Así que muchas de esas noches de borrachera terminaron con un variado grupo de compañeros sentados en círculo en la sala, hablando de fantasmas y tratando de ponerse en contacto con el más allá.No recuerdo cuándo se detuvo. Me mudé cuando tenía 18 años, y desde entonces los fantasmas que me acompañaban mientras me quedaba dormida ya no parecen dispuestos a manifestar su presencia. Pero lo recuerdo. Estoy consciente de que la memoria humana es defectuosa, y que muchas de mis experiencias podrían explicarse por alguna fantasía de la infancia, o parálisis del sueño, o bichos en el ático o las paredes. Pero me niego a dejar de creer.De vez en cuando voy a casa para el fin de semana, y por la noche me despierto en la oscuridad. Me quedo escuchando atentamente para ver si se produce si quiera un susurro en el clóset, pero nunca me dice una palabra. Esa mujer triste se ha cansado de hablar conmigo. Tal vez los niños están más abiertos a estas cosas, y mi capacidad de percibirlos se secó cuando acabó mi infancia. De cualquier manera, el silencio es ensordecedor.