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Música

Cómo el soundtrack de ‘Stranger Things’ conmocionó la imagen de la ciencia ficción de los 80

Así como la serie, el nostálgico uso del sinte por Kyle Dixon y Michael Stein les da un giro a los clichés familiares de los 80.
Netflix

Este texto se publicó originalmente en THUMP EUA.


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Nota del editor: este artículo contiene spoilers de la serie de Netflix, Stranger Things, pero honestamente, ya deberías haberla visto de todas maneras.

Ver la nueva serie de Netflix, Stranger Things, puede sentirse como un déjà vu. En un momento cumbre del séptimo episodio, por ejemplo, una banda de chicos en bicis pedalea furiosamente por un camino suburbano, tratando desesperadamente de escapar de una manada de agentes del gobierno que los amenazan. De repente, se ven confrontados por el carro de un agente en su camino. Recuerdos profundamente guardados del extraterrestre más querido del cine vuelven a inundar la superficie. 30 años de historia fílmica han conectado nuestras sinapsis para anticipar la dramática oleada de la triunfante orquestación ascendente de John Williams, compositor de afamadas películas, mientras que las bicicletas toman vuelo de manera milagrosa. Pero en lugar de eso, algo… bueno… extraño ocurre: una incesante y cortada figura de semicorcheas tocada en sintetizadores retro por Kyle Dixon y Michael Stein va creciendo hasta llegar al feedback, y los chicos confrontan el peligro de frente –la malentendida telequinética fugitiva del grupo voltea una furgoneta completa al aire, dejando una tremenda destrucción a su estela. No hay nada triunfante al respecto –solo un silencio de acero.

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No, esto definitivamente no es E.T. Stranger Things, serie creada por los hermanos Duffer y que debutó en julio, es una divertida aventura sci-fi ambientada en 1983 que improvisa de manera liberal en las producciones de Stev(ph)ens Spielberg y King. Se entendería si pensaras que el show suena como un bucle recursivo de nostalgia, diseñado para sacar partido de nuestro aparentemente interminable apetito por convertir en fetiche el pasado no tan distante. Pero tanto el show como su música trascienden la simple imitación, alterando la imagen de las películas de los 80 de manera tanto crítica como reflexiva.

Los compositores principiantes de soundtracks, Dixon y Stein (del grupo synthwave de Austin, S U R V I V E), abrazan abiertamente sus influencias. La sombra del maestro del terror, John Carpenter, prevalece, mientras que los compositores usan cuerdas digitales mareadas, líneas de sintes principales, lead gorjeantes, pianos reverberados solitarios y amenazantes tonos graves zumbantes para evocar una atmósfera atractivamente oscura durante la temporada. También está claro que los dos son estudiantes del minimalismo económico y llenos de capas de Carpenter.

El par también ha citado los proyectos de los 70 y 80 de Tangerine Dream (quienes se encargaron de soundtracks como los de Thief y Sorcerer) y Goblin (quienes musicalizaron Suspira), y no es difícil ver dónde entran esas influencias –el trabajo es a veces quisquilloso, intenso y desconcertante, así como vibrante y pulsante, haciendo uso frecuente de determinados arpegiadores. Las vibras espaciales y presets anticuados también podrían recordarte a los soundtracks de Twin Peaks o The X-Files.

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Es muy fácil rastrear las referencias retro del sountrack, pero el trabajo de Dixon y Steins para Stranger Things refleja la obsesión más grande de la serie: cambiar activamente los clichés cinematográficos de los 80. Revisando el pasado desde el posadero en el que se encuentra en el presente, tanto la música como el show admiten conscientemente que lo que estamos viendo y escuchando se ha hecho antes. Los creadores de la serie, Matt y Ross Duffer parecen estar al tanto de esta interacción del pasado y el presente incluso desde los créditos iniciales. Su tipografía estilo portada de libro de Steven King denota ser de una pieza de época, así como también la música y sus deliberados riffs arpegiados, los voicings de los acordes que suenan como "wahhhh" en legato, y los bombos que parecen palpitaciones. Los Duffer, sin embargo, le añaden grano y ruido visual, haciendo que la secuencia de apertura parezca notablemente añejada de una manera que no se asemeja al resto de la serie –un guiño en reconocimiento a la artificialidad de época. Está básicamente a algunos filtros y líneas de tracking de distancia de la nostalgia manufacturada de un video de vaporwave.

La secuencia de apertura es una señal de que no sólo venera ciegamente el altar del pasado –como, digamos, lo hizo desastrosamente el reboot de Netflix de Fuller House, desechando ser bondadosos con la original al exhibir tramas de archivo de sitcoms que ya eran poco originales en los 90. Stranger Things usa el cine de los 80 como un punto de partida, arrullándote hacia una historia que crees que conoces, antes de que astutamente esquiva los story beats gastados y retrógrados –particularmente al permitir que la madre histérica se convierta en un personaje poderoso y abnegado, y al no tratar al personaje principal de la adolescente como un premio romántico que debe ser ganado.

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A lo largo de la serie, la música sirve para resaltar estas subversiones temáticas. En el episodio uno, los niños protagonistas se adentran en el bosque de noche para buscar a su amigo perdido. Mientras van por allí en bicicleta, uno ve al novio secreto de su hermana trepando por su ventana –un sobreutilizado recurso "romántico" básico de los 80, representado aquí de una forma rara e incómoda. Una larga y mediosa línea de sinte merodea ominosamente en el fondo, mientras acordes imponentes y directos resuenan cada tantas barras. Las implicaciones son claras: los niños ochenteros no eran tan inocentes o reconfortantes como se les muestra en las pantallas. A pesar de que Stranger Things tiene momentos de dulzura, no endulza el temor suburbano ni el peligro fantástico que se asoma –y el soundtrack tampoco te deja olvidarlo.

Los arquetipos también son tratados a contracorriente. Cuando una pelea callejera explota entre el atleta y el marginado en el sexto episodio, la escena está musicalizada casi incongruentemente con una línea melancólica y nostálgica en lugar de la esperada cabronería musical –tal vez un recordatorio melancólico de que esta violenta demostración de agresión masculina a veces puede provenir de una falta de expresión emocional saludable.

Foto vía Netflix.

En este momento, Dixon y Sten exploran un territorio más emocionalmente matizado que sus predecesores de los 70 y 80. En otra escena que hace un guiño a E.T., el trío central de niños le hacen un cambio de look a la forastera entre ellos, poniéndole maquillaje y una peluca tan efectivamente como podría hacerlo un grupo de preadolescentes. La musicalización es dulce y delicada, con las melodías principales entonando gentilmente sobre acordes cálidos y llenos de fuzz. Es un momento puro que trae a la mente los hermosos pasajes de los soundtracks recientes de Cliff Martínez para Drive y Neon Demon, así como la sensación de anhelo presentes en muchos de los compositores orgullosamente retrofuturistas de hoy, como el paisano de Austin de S U R V I V E, Xander Harris, y el aficionado de horror de Los Ángeles, Umberto.

Este estira y encoje entre las referencias al futuro y la modernidad se extiende también a la selección de canciones de Dixon y Stein. En el duro final del episodio tres, usan el cover de "Heroes" de Bowie hecho por Peter Gabriel de manera devastadora; el tema es un cover del 2010 de un artista de los 80, con mayor seriedad en el 2016 debido a la herida todavía abierta del fallecimiento de Bowie. La recontextualización requiere que consideres tanto el pasado como el presente de una manera que hace que la experiencia del espectador sea más rica. No es sorpresa que escuchar Stranger Things a ciegas, uno puede tener una profunda sensación de desplazamiento temporal –una tensión irreconciliable entre todos los artefactos de principios de los 80 y su lanzamiento en el verano del 2016 (una edición oficial del soundtrack saldrá a la venta por demanda popular). Los nervios del corazón son tocados simultáneamente hacia delante y hacia atrás, finalmente ubicándote en el presente con una sensación tanto de agotamiento deliberado y de redescubrimiento feliz.

Aunque de alguna manera, los actos de subversión fílmica y musical de Stranger Things nunca se sienten irónicos, ni como un ataque cruel. Los creadores de la serie claramente quieren que te sumerjas en el confort y la calidez de la nostalgia, lo que es incalculablemente apoyado por la música. Y quieren que continúes sintiéndote nostálgico mientras desmantelas los símbolos que has internalizado después de décadas de pegar tus ojos a películas de género chafas en un CRTV, o subvertir esos momentos icónicos de tu copia golpeada de VHS de E.T. Stranger Things es familiar, pero no es una imitación corriente, dispuesta a criticar las carencias sus predecesores fílmicos de los 80 a través de su propia narración. Stranger Things y su soundtrack son ejemplos brillantes de cómo el entretenimiento popular del presente puede mantener un diálogo productivo con el del pasado: al utilizar la nostalgia para crear algo más significativo –y duradero– que una fugaz sensación de confort.