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Música

Del Love Parade al Berghain: Berlín es el paraíso del techno

Un relato sobre la temprana escena del techno en Berlín, Frankfurt y Hamburgo

Este artículo fue publicado originalmente en i-D.

Fotografías de Tilman Brembs / Zeitmaschine.org

En 1988, el escritor Ralf Niemczyk se sumergió en el underground de la Alemania Occidental para dibujar en i-D un relato sobre la temprana escena del techno en Berlín, Frankfurt y Hamburgo, acercándonos todas esas fiestas y Love Parades al resto del mundo. Ahora, parte de aquel artículo para seguir trazando la historia del techno en Alemania hasta la actualidad.

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Partimos de un reportaje que escribí junto con Matthew Collin y que se llamó Germany - The Past, Present and Future of Dance Music [Alemania - El pasado, presente y futuro de la música dance]. El artículo iba sobre la emergente escena del techno, centrándose en las discotecas underground de Frankfurt, Hamburgo y Berlín. Sus raíces musicales procedían de Kraftwerk y el krautrock, el electro glam, las discotecas gay, las parejas leather y la música dance robótica. Se suponía que iba a ser el gran puente histórico-musical de la cultura club de finales de 80 por toda Europa.

En ese mismo número de i-D también había reportajes sobre la EBM, la escena del electrorap francés y la cultura de club holandesa que daría lugar al Gabber. Este electro-futurismo se estaba cristalizando en Inglaterra también en forma del Acid House. Por toda Europa, las discotecas donde se escuchaba música negra, gay y americana de Detroit y Chicago se convirtieron en la banda sonora de la juventud. Pero en ninguno de estos lugares tuvo tanta repercusión y dejó tanta huella como en Alemania.

Influencias clave en el sonido de aquellos primeros días fueron el maestro de las secuencias, Gabi Delgado, de DAF, y Klaus Stockhausen, un DJ pionero de la música house de Hamburgo (ahora convertido en un vividor en el norte de Alemania). La cultura del hip-pop londinense buscó la inspiración en la escena de la música electrónica alemana. Menudo elogio. Y así fue cómo empezó todo.

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En 1988, el muro todavía separaba un Berlín poco desarrollado, sobre todo en cuanto a clubs y especialmente en comparación con el resto de Alemania Occidental. Teníamos el Dschungel (el equivalente berlinés a Studio 54), donde Westbam solía hacer de DJ. Teníamos también el Metropol Club en Nollendorf Platz en el barrio de Schöneberg, y el lugar de encuentro para los fans de Depeche Mode, Linientreu, cerca del tristemente famoso Bahnhof Zoo.

Con excepción de estos baluartes de la música dance y la cultura club, en el Schöneberg y Kreuzberg de 1988 abundaban más los punks anarquistas y adictos a la heroína que los clubs de techno innovadores. Y, aparte de eso, Berlín no era más que un lugar muerto para la cultura joven, y punto. Todo se concentraba en el resto del país, principalmente en Frankfurt y Hamburgo.

Pero solo once meses después de publicar ese artículo, en octubre del 1989, se desplegó una saga que ya ha sido contada unas 6.589 veces. Una tormenta política se vio enredada en las corrientes de la cultura pop y cayó el telón de acero. El nuevo sonido del techno se convertiría en la banda sonora de la caída del muro, de la unificación de la ciudad y el país.

Por aquel entonces, yo vivía en una Colonia escéptica, donde la reunificación se recibió con poco interés. En aquel momento, incluso la próspera Múnich, con su lujo y ostentación y actitud fría, parecía más atractiva para muchos que los edificios dilapidados de Mitte y Prenzlauer Berg.

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Toda esta situación cambió muy rápidamente en los próximos años. En 1990 y 1991, el WMF, el Tresor y muchos otros pequeños clubs llevaron el sonido techno a las pistas de baile de Berlín, y resultó que todos esos edificios dilapidados de Mitte y Prenzlauer Berg eran el lugar perfecto para montar una enorme fiesta que duraría toda la noche, o incluso todo el fin de semana.

Pero el estilo musical de Berlin, que se había desarrollado a partir de una mezcla del techno de Detroit con la música industrial y el EBM (y que había empezado a llamarse "tekkno") no acababa de ser lo mío. Vibraba sin fin al ritmo de las luces estroboscópicas, entre una niebla y enormes cantidades de drogas. Una música enérgica con ritmos directos había ocupado la anterior zona muerta. Sí, sí, era muy emocionante, pero estar a las cinco de la mañana en un club en Alexanderplatz resultaba de algún modo perturbador si no ibas puesto de nada.

La escena fue avanzando alegremente hasta el 95/96, cuando el dinero entró en juego -enormes cantidades de dinero-. El panorama ya era así para los hedonistas del champán de Frankfurt, Colonia, Hamburgo y Múnich, pero en Berlín no estuvo de moda desde el principio. Berlín siempre había sido demasiado antisistema, demasiado rarita y demasiado pobre para eso.

Jurgen Laarman se mudó a Berlín desde Frankfurt en 1992 y, en solo unos años, convirtió su fanzine en blanco y negro, Frontpage, en una glamurosa máquina de marketing para la cultura techno, con ayuda del dinero procedente de la industria de la publicidad. En las oficinas de Frontpage, situadas en un edificio esquinero en Tauenzien Strasse, se ideaban y ponían en práctica retorcidas estrategias para la dominación del mundo.

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Se metieron en la promoción de eventos, echando por el suelo a otros promotores rivales e intentando hacer la mayor cantidad de dinero posible. Consiguieron su atención realmente por su participación en la Love Parade, que en el 1994 reunió a más de 100.000 personas.

El enorme caos era palpable, y contribuyó de forma significativa a la nueva imagen de Alemana. La moda era extraña, y la ropa de club de mitad de los 90 consistía en botas Buffalo, camisetas con girasoles, gorros de cowboy, pantalones de personal de la basura, enormes pistolas de agua y piercings en los pezones por debajo de camisetas de malla.

Locura, sexo y enormes cantidades de dinero tomaron rápidamente el underground berlinés y derivaron en una grotesca guerra de trincheras y luchas territoriales: una nueva reconstrucción de Gangs of New York, pero con MDMA y techno.

Pero al mismo tiempo, el techno se estaba abriendo camino hacia el gran éxito en el mainstream. Marusha ya lo había alcanzado con una versión dance de Somewhere Over the Rainbow. El sello de Westbam, Low Spirit, publicó una sucesión de éxitos crossover, y las principales discográficas de Alemania Occidental empezaron a darse cuenta de que todavía podían hacer mucho más dinero con el techno.

En abril del 1997 las últimas oficinas de Technomedia en la Motz Strasse sufrían una mala resaca. La compañía estaba entrando en bancarrota y acabaron convirtiéndose en otra compañía de eventos de tamaño medio arruinada. La Love Parade continuó creciendo, pero ya no había nada en ella que pareciera tan emocionante, al menos no para la gente que la había visto nacer. El techno se fue dividiendo entre numerosos subgéneros que solo los más entendidos podían diferenciar.

A medida que el techno perdía relevancia, Berlín empezó a atraer a artistas jóvenes de toda Europa, y la primera ola de grandes galerías de Colonia, Londres y Nueva York se trasladó hasta allí. Los alquileres en Neukölln, Wedding y Friedrichshain todavía estaban muy por debajo de la media que había en la Alemania Occidental, y eran más baratos que en el resto de capitales europeas. En las décadas que siguieron, ninguna otra ciudad alemana ha conseguido desplazar a Berlín como centro de la música dance.

Tras la mitad de los 90 vinieron los excesos de Bar 25 y las populares fiestas sin fin en el templo de la ketamina, el Berghain, con su fastidioso circo de colas para entrar como un reflejo de los tiempos pasados. En muchas grandes ciudades de Europa, se puede ver un abanico de estilos musicales que coexisten al mismo tiempo de una forma que nunca antes habíamos presenciado, aunque por otra parte, esta situación también resulta menos casual, tribal y peligrosa que antes.

En Nueva York solían tener el eurotrash, pero hoy en día las caricaturas de hipsters de Brooklyn pasan la noche vagando por la Weserstraße de Neukölln. Berlín sigue en auge, las cosas van bien en Alemania, pero deberíamos preguntarnos por cuánto tiempo más.