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Música

El tech-house no es tan gracioso como piensas

Todo lo que hace es alimentar a lo que está destripando a la cultura club.

*Este artículo se publicó originalmente en THUMP Reino Unido.

¿Qué conecta al psicólogo social polaco Henri Tajfel con el artista de Hot Creations, Richy Ahmed? La respuesta es sencilla: el tech-house. Que yo sepa, Tajfel nunca tuvo la oportunidad de compartir platos con wAFF en una pool party en Miami, pero sus pioneros y trascendentales estudios académicos pueden explicarnos algo sobre una de las cosas más extrañas de la cultura club contemporánea. Con un poco de su ayuda, daremos un vistazo a cómo y por qué el tech-house se convirtió en el chivo expiatorio de la música dance.

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Pero antes de adentrarnos en el estudio de Tajfel, necesitamos examinar brevemente lo que queremos decir con "chivo expiatorio". En los últimos años, el tech-house ha pasado de ser una forma robustamente confiable de música club que a través de su relativa rigidez sin incidentes le daba a los DJs una forma de llenar algunas horas de tiempo de calentamiento, al remate de un chiste que ha sido ordeñado tan fuertemente que la ubre se ha reducido a nada más que un tejido hecho trizas y salpicado con leche agria seca.

El tech-house se ha convertido en un término multipropósito que parece succionar todo lo que los guardianes de la electrónica consideren que no tiene suficiente feeling. Parece que fuera house sin alma, techno sin el rigor mecánico. Es mestizo e intermedio, una amalgama inapropiada de dos sonidos que nunca fueron, a decir verdad, tan dispares como los fanáticos acérrimos te han hecho creer.

Claro, el tech-house, como todo, tiene sus defectos, y no, no es la música más emocionante que existe, y tal vez se puede decir que hacer chistes a cuestas de productores increíblemente aburridos y DJs incluso más aburridos eventualmente nos hará un favor gigantesco cuando dichos DJs y productores confronten la mediocridad de su legado y se retiren a una granja o vuelvan a entrenar para ser higienista dental, pero un chiste fácil es un chiste fácil, y hacer uno sobre el tech-house es más fácil que quitarle un dulce a un bebé. Ofrezcámosle un salvavidas a esta cáscara convulsionante y casi sin vida. Ofrezcámosle a este casi cadáver trastabillante un torniquete y una rama de olivo.

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Desarrollado a mediados de los 90, época en la que sus hermanos genéricos habían formado sus propias identidades, el tech-house era un medio para la experimentación sónica para DJs como Terry Francis o Mr C, quienes presuntamente querían liberarse de cualquier supuesta limitación. La sutileza –la cual subsecuentemente se ha disipado mientras el género se ha enrollado en sí mismo como bloque de paja cruda de Beatport– fue clave, y tanto los DJs como los productores buscaban incorporar los matices de un sonido con los del otro. Se debió haber sentido como un momento de brillantez para los bailarines frustrados de todo el mundo. ¡Finalmente –debieron haber dicho, saltando de los clubes nocturnos como Arquímedes saltó de su tina– podemos tener al house y al techno juntos!

Por desgracia, por la naturaleza incesantemente cíclica de la música, los géneros pasan de moda casi tan pronto alcanzan la fama. Miren al dubstep y al electro, o al moombahton y el baile funk, el kuduro o el EBM; la vanguardia rápidamente se convierte en la retaguardia. Incluso hace una década, diez años después de la concepción inicial de su sonido, los clubes del mundo se movieron hacia el sonido del tech-house minimalista y esquelético. El crew Innervisions estaba en ascenso, y Kompakt todavía estaba allí aferrado. Los bailarines se perdían en esta música seca y frágil que parecía haber sido hecha al vacío, y enviada sin aire, envuelta en plástico. Adelantémonos al día de hoy, donde el tech-house ocupa un lugar totalmente diferente en el paisaje cultural.

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Gracias a las fiestas trotamundos, como elrow, y el auge inexorable de los festivales, los cuales necesitan seis escenarios de DJs, se podría decir que el tech-house es más popular de lo que nunca había sido. Resuena tanto en los grandes campos como en los almacenes íntimos, encendiendo las pistas de baile prístinas de Europa y las salas destruidas de las fiestas caseras. Instagram está lleno de videos borrosos de drops para mover los puños y máquinas de humo. Las marcas se alinean con las estrellas de moda del tech-house, dolorosamente conscientes de su potencial lucrativo. John Galiano probablemente manda a sus modelos por la pasarela al ritmo de Paul Kalkbrenner. Como todos lo sabemos muy bien, la popularidad genera desprecio.

Cada referencia desechable al "tech-house pesado" es tanto una crítica válida potencial como una alerta autoconsciente a quienes te rodean, de que tú estás por encima de todo eso, de que tú estás en conocimiento, de que a ti te gusta más la música dance que a nadie en Tobacco Dock en una tarde de sábado. El próximo año lanzarás otro nombre en el cuadrilátero de los chistes, siempre asegurándote de que el mundo entero sepa cuánto te importa la cultura club, y lo poco que le importa a todos los demás.

De vuelta al salón de clases, los restos reanimados de Henri Tajfel están listos para explicarnos lo básico sobre las teorías de relaciones intergrupales e identidad social. Sin querer aburrirnos, y sabiendo muy bien que una parte del grupo está planeando una gran salida a la fiesta de Guy Gerber más tarde, se pasea a gran velocidad por sus conocimientos de toda una vida invertida en investigar cómo las personas interactúan solas y entre ellas. Esencialmente, dice, todos nosotros creamos endogrupos que nos permiten alinearnos con fracciones a veces imaginadas y ocasionalmente reales como una forma de crear una individualidad que opera en base al rechazo tanto como lo hace en base a la inclusión.

Crear un endogrupo, dice mirando los ojos de los nuevos estudiantes iluminados por el azul hueco de cientos de pantallas de celulares, es crear inmediatamente un exogrupo, y crear un exogrupo es crear un capullo o una suerte de saco de dormir social, protegiéndote de los elementos que has decidido menospreciar. Notando el mareo palpable radiando de los rostros huecos de los pocos que quedaban en el salón, dice las cosas francamente: hacer bromas sobre el tech-house te hace sentir como si sabes mucho sobre la música dance, y eso hace que te sientas bien contigo mismo, y no, no sé por qué será eso. Acomoda sus papeles, se larga del salón, se trepa en su sillón de mediados del siglo pasado con un trago de buen brandy caro, y pone el disco Strictly Tiefschwarz. Se asoma una sonrisa en su rostro, y muere nuevamente, feliz.

Sal de la academia y ve al pub, piensa en la forma en cómo tú y tus amigos usan el lenguaje. Piensa en la cantidad de chistes internos y referencias oscuras que usan para estructurar prácticamente todo lo que se dicen entre sí–un pool lingüístico en común es una arquitectura social en su forma más desnuda y brutal. Sin las alusiones, gestos, guiños y reiteraciones interminables, muchos de nosotros nos encontraríamos en un silencio corrosivo que absorbería la espuma de todas las chelas de la mesa. Hacer un chiste sobre el tech-house mientras bebes una chela o en un mensaje de Facebook no es más interesante que hacer uno sobre cómo la señora Braithwaite pronuncia la palabra "glaciar" en una lección de geografía de octavo grado, o sobre el güey que una vez viste en Only Connect.

En realidad, lo es. Es mucho menos interesante que eso, porque todo lo que hace es alimentar a lo que está destripando a la cultura club –el elitismo burlón de dientes amarillos. Pero, buenos chistes, chavos. Muy gracioso. Muy, muy gracioso.

Josh está en Twitter.