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Música

Recordando DJ Hero, el juego de DJs que no tenía nada que ver con ser DJ

Una oda al videojuego que no se acercó ni tantito al arte de ser DJ.

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Este artículo e publicó originalmente en THUMP Reino Unido.

La última vez que estuve en casa –es decir, realmente en casa, no cualquier departamento asqueroso en el que te refugias por los siguientes seis meses antes de tirar tus cosas en la cajuela de una van rentada y de arrastrarte al próximo departamento asqueroso; porque casa significa, al menos para la mayoría de nosotros, el lugar donde creciste, no donde terminaste—me encontraba frente a frente con el fantasma de una vida pasada. Atrapado entre restos infantiles de la habitación donde todas mis cosas quedaron acumulando polvo, baterías sin carga y peluches desgastados, estaba un objeto que no había permeado mi ser por cerca de una década. Dicen que el pasado es un país extranjero: lo es, y yo ya no hablaba su idioma.

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Lo que me había perturbado, el dispositivo que me había enviado al vórtice proustiano de los ensueños medio recordados era, en sí mismo, banal, nada más que una protuberancia de polipropileno con más polipropileno adherido a ella. En una habitación llena de juguetes y juegos, esto en sí, no es usual. Sumergido bajo antiguos soldaditos de acción –sin uniformes, identidad o propósito– y un rompecabezas sin esquinas, estaba un viejo obsequio que contaba una historia de oportunidades perdidas. Lo que había estado espiando no era un madalena, sino el control del videojuego DJ Hero.

No tenía ningún recuerdo consciente de haber usado esa cosa alguna vez, y el tenerlo en mis manos y acunarlo cuidadosamente como lo harías con un pinzón herido encontrado en el fondo del patio, tampoco accionó ningún recuerdo. Lo reconocí por lo que era –recordaba que el juego existía, y recordaba ver el controlador en tiendas; hasta llegué a recordar vagamente, o al menos eso pensé, que uno de mis hermanos recibió uno en un cumpleaños– y lo que era, era una aproximación de lo que pensarías que los DJs usaban para hacer sus sets, suponiendo que hubieras leído una descripción técnica de lo que significaba ser DJ, pero nunca hubieras visto un DJ de verdad en acción, algo así como una visión de un alienígena sin ojos.

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Es muy posible que ser DJ nunca pueda convertirse en un juego satisfactorio como lo fueron tocar la guitarra o bailar gabber, porque hacer DJ sets, sin importar lo llamativo que pueda ser, carece de un tipo de performatividad inherente a las actividades antes mencionadas. Un DJ set es, en esencia, una persona presionando cue y moviendo un fader –es poco dramático, nada vistoso, y en definitiva, nada ostentoso. Pero, está bien; siendo generosos, tal vez podrías ver el turntablism como algo teñido de un poco más de estilo, aunque si somos honestos, es un anacronismo embarazoso que no merece ningún tipo de conmemoración, especialmente no en la forma de un juego de ritmo.

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Para aquellos de ustedes en sus casas con memorias de coladores, los juegos de ritmo eran los videojuegos donde el jugador debía mantener el compás de una canción usando un instrumento virtual de algún tipo. Los primeros juegos de ritmos en realmente irrumpir en la conciencia cultural fue la serie de Dance Dance Revolution en las salas de maquinitas. Como lo sugiere el nombre del juego, sus títulos, desarrollados por la legendaria casa japonesa de software Konami, eran pesos pesados que les pedían a sus jugadores bailar al ritmo de una banda sonora demencial de J-pop de baja resolución. Por algunos años, Konami reinó el terreno de los juegos de ritmos. Y luego llegó Guitar Hero.

En algún punto habrás jugado Guitar Hero; habrás pasado una hora en una reunión familiar o en el cumpleaños de un no tan amigo al que fuiste de mala gana, amarrado a un guitarra miniatura, pulsando botones diligentemente al ritmo de una versión fuera de tiempo de "Freebird", parado en plena sala y llenándote de frustración antes de soltar el control y sentarte en un silencio inmóvil, con las manos apestando a sudor y plástico barato. Lo habrás hecho porque Guitar Hero, como Little Britain o Wagamama era justo lo que la gente disfrutaba en ese momento –estaba allí y no se iría a ningún lado.

Pero, obviamente lo hizo, porque todo lo sólido se derrite convirtiéndose en aire, y todo lo que estuvo en boga se convierte en un aparato de recuerdo ligeramente embarazoso. Nuestras guitarras virtuales pegajosas con sudor, eventualmente encontraron su lugar en armarios y áticos, reliquias análogas de un reino digital perdido hace mucho, como nuestras réplicas de baterías, micrófonos de mentira, y los platos que en realidad no funcionaban para nada como los de la vida real. Los que una vez fueron objetos de afecto, portales hacia un mundo parecido y a la vez no parecido al nuestro, son ahora desechos que nos recuerdan a días más simples y a tiempos más felices; es decir, son inaguantables.

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Photo via Flickr.

Lo que me interesó del redescubrimiento de DJ Hero y me llevó a un profundo agujero de gusano de videos de YouTube, cada uno de los cuales era exactamente lo mismo al anterior y curiosa e interminablemente fascinante, era el tamaño de lo irreal de toda la experiencia. Era algo simple, firmemente y de ninguna manera relacionado con pinchar.

Los juegos de Dance Dance Revolution tenían un pie en lo real, incluso si el tipo de movimientos que necesitabas para ganar tu estatus como el mejor en la sucursal de Peterborough del Hollywwod Bowl te habrían echado de cualquier club medio decente en el área, habiendo atacado (accidentalmente, claro está) a otros dos o más jugadores como resultado de tus movimientos de pulpo.

Guitar Hero te hacía hacer algo aproximado a tocar una guitarra de verdad, y aunque no te dejaba exactamente vivir las fantasías masturbatorias de guitarrista guardadas desde que eras un joven adolescente, al menos se sentía un poco como se siente el tocar una guitarra, y también se parecía un poco. Cuando tu mamá te decía que te parecías un tanto a ese güey, "Johnny Hendrix", no estaba siendo simplemente amable. Realmente te parecías. Un poquito. Un poquititito.

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Pero DJ Hero es un caso aparte en el género, un juego que por cualquier razón –una lógica interior inconexa de la que tal vez no estamos enterados– decidió abandonar cualquier tipo de lazo tangible con la actividad que intentaba imitar. Ser DJ, como lo sabe cualquier persona que haya tratado de hacerlo, requiere que seas capaz de escuchar dos o más discos a la vez, preferiblemente sonando a la misma velocidad o al menos a una muy parecida, y saber cuándo subir o bajar el volumen de uno de los discos. Convertir eso en un videojuego rentable que sea suficientemente fácil para que las abuelas lo jueguen después de un sherry de más y que sea lo suficientemente "cool" para llamar la atención del público adolescente del que cada editor de juegos depende, era, al parecer, una tarea difícil.

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Así que, para darles crédito, los desarrolladores de FreeStyleGames decidieron cambiar el rumbo, y en lugar de intentar hacer algo que se parecía un poco a pinchar, dijeron "¡A la mierda! ¿Por qué no solo hacemos un juego de ritmos totalmente estándar que involucre tocar un botón correspondiente a una barra de color que aparezca en la pantalla para causar la ilusión de que presionar el botón al momento exacto, en realidad hace algo útil?… Pero hagamos de uno de esos botones un tornamesa para hacer scratch, porque eso es definitivamente lo que la mayoría de los DJ pasan el tiempo haciendo y se ve súper cool y no es en lo absoluto como algo que hayas visto en una deprimente playera de las vacaciones en Broadstairs de tu papá".

Todos estuvieron de acuerdo, salieron, se enojaron muchísimo, y unos meses después las tiendas comenzaron a vender el producto inhumanamente caro. Lo que habían hecho no era nada parecido a la forma de arte –si podemos describirlo exactamente así– que habían intentado imitar. En lugar de eso, habían creado algo extrañamente inútil, un juego inerte que le quitaba toda la diversión a la actividad, haciendo que mezclar discos se sienta casi tan gratificante y placentero como llenar un calendario o comer quinua.

Photo via Flickr.

Lo que nos queda en la fría luz del 2017, es un fallo extrañamente admirable, un juego reacio a presentar la actividad de un DJ como lo que es, y tal vez, solo tal vez, eso sea algo bueno. Después de todo, solo es pinchar. No se supone que sea un juego divertido.

Pero, también hay algo que decir a favor del placer perverso que viene de explorar algo que está completamente mal, roto, irreparable. Los errores están para cometerse; no tenemos que avergonzarnos de ellos, incluso si nos hacen ver como el tipo de DJ que solo aparece en el fondo de las series cómicas olvidadas de ITV.

Y oye, ¿no nos haría bien a todos ser un poco menos aduladores de los manipuladores de cues y faders? Sí, nos haría bien.