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Música

Pasamos una noche con el cadenero de Rhodesia

Así se vive la experiencia de la cadena que separa el deseo de la diversión.
Hanna Quevedo

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Ser cadenero no es cosa sencilla. En mayor parte se vive de noche y bajo cierta etiqueta de persona prepotente, grosera, desalmada, mamona, con un físico de gorila y todo lo que uno imagina o dice cuando se nos ha negado el acceso a cierto bar o discoteca.

Leo en los anuncios del periódico qué requisitos se necesitan para ejercer el trabajo: Experiencia en bares o centros nocturnos / Control de entradas y salidas de los asistentes / Cacheo de personas / Rondines en el inmueble / Estatura de 1.70 en adelante / De 22 a 45 años / Bachillerato / Experiencia de un año…

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Después recuerdo que en una fiesta me crucé con un hombre que trabajaba en eso y platiqué con él. Me comentó que lo principal que se necesita para ser cadenero-doorman-bouncer eran clases de defensa personal, leer revistas y periódicos que sirvan para dominar y reconocer caras de famosas, políticos, hijos de políticos, artistas de televisión, deportistas, personas que llegan con escoltas. Igualmente es necesario saber de moda y marcas de ropa para reconocer looks de temporada. Escanear a las personas es fundamental para valorar cuánto dinero tienen; tomando en cuenta sus pantalones, reloj, zapatos, camisas, etcétera. También identificar a los menores de edad es un requisito, aunque me dijo que algunos de ellos sí entran, los que ya no tienen cara de bebé. Lo que entendí, en pocas palabras, es que se necesita ser cabrón.

Fotografías: Hanna Quevedo

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Sin embargo, hay ocasiones que dependiendo del antro o bar, el perfil de las personas que pueden ingresar cambia, dejando ver que los cadeneros son las primeras víctimas de todo, obedeciendo las órdenes de los altos mandos, antes de que el mar de gente haciendo fila intente dejar atrás lo que pareciera ser el mayor peligro de la noche: cruzar la cadena. Y esto no se limita a querer entrar sin problema alguno, ya sea haciendo reservaciones por teléfono, porque aun así no se sabe cómo es el aspecto del cliente que marcó y corre el riesgo que "no califique con el estereotipo", negándole el servicio.

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En otra ocasión escuché decir a un conocido que el antro que frecuentaba ya no era el mismo, el ambiente había cambiado demasiado porque los cadeneros comenzaron a recibir sobornos y "cualquier persona" estaba gozando de algo que pareciera no le puede pertenecer a todos, sólo a los elegidos.

Con esa serie de referencias e historias conocí a Pablo de la Mora, doorman de 22 años en el Club Social Rhodesia (Durango #181 colonia Roma, entre Monterrey y la Glorieta de Cibeles). Pablo, quien viste camisa y pantalones en color negro, con unos tenis Air Jordan que contrastan por completo debido a lo pulcros que están, se encarga de la puerta junto a dos o tres tipos más de seguridad; como Juan, Abraham y Carlos que lo acompañan en esta ocasión. Lleva trabajando año y medio en uno de los sitios más populares para la juventud de la Ciudad de México. Su trabajo, comenta, consiste en dar rondines por la fila, seleccionar personas –se buscan clientes frecuentes, caras conocidas, grupos de chicas guapas, verdaderos fanáticos de los artistas que se presentan, raveros de la vieja escuela– y así darle fluidez a todo, evitando a las personas que se comportan de una manera grosera, gritando o viviendo sus momentos de malacopa, en los cuales se ataca con ofensas, y lo mejor que se puede hacer es ignorarlos.

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Posteriormente el personal, que en total son trece hombres y mujeres de seguridad –pueden ser más dependiendo del evento–, verifican identificaciones y que todo esté en orden, mientras Pablo entra y sale del recinto sacando fotografías y videos para las redes sociales, también dialoga con chicas y chicos que pareciera les hace falta algo.

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En el pasado Pablo desempeñaba un rol de insider dentro de la agencia de publicidad del Grupo Sicario, al que pertenece este night club. Recuerda cómo terminó trabajando en la puerta de entrada a consecuencia de que no había nadie que cubriera el puesto de doorman en el evento de un amigo; ahí le informaron que tal vez podría comenzar a laborar en Rhodesia. Esa noche decidió cambiar el desmadre para quedarse ahí parado revisando identificaciones, seleccionando gente y haciendo que quienes lograron entrar, poco a poco se olvidaran de la cotidianidad por un par de horas.

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Pablo cuenta que nunca recibió una capacitación o detalles –por algún grupo de cadeneros con más antigüedad– como los que yo me había enterado tiempo atrás. Su jornada de trabajo comienza el miércoles –que desde siempre ha sido el día clásico para acudir a Rhodesia– y finaliza el sábado, en un horario que inicia antes de las 11:00 de la noche, hasta 4:30 de la madrugada que corta el acceso. Pablo sonríe y dice que le agrada fungir esta tarea en un lugar como lo que representa Rhodesia, porque de alguna u otra forma sigue en el mismo ambiente de la música electrónica que siempre le ha gustado. Incluso en una de sus tantas noches, en su área de trabajo que es una gran parte de la banqueta; ahí, a un costado de una de las jardineras de Rhodesia, conoció a Gaby, su novia desde hace más de un año. No obstante, Gaby, que lo acompaña durante algunas horas de su jornada y después suele ingresar a divertirse, en este mismo instante está con él para confesar que al principio desconocía que Pablo trabajaba como cadenero, hasta que algunas de sus amigas comenzaron a verlo frecuentemente y a decirle que platicaba con muchas mujeres sin conocer qué es lo que estaba haciendo.

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Rhodesia –como temática– cuenta la historia de una taberna inglesa en África durante la época de la Colonia. Tiene seis años de existir, desde que Sicario se hizo de esa vieja e inmensa casa que fue construida a principios del siglo XX. Se pueden organizar fiestas de marca o privadas, conciertos, eventos sociales o corporativos, lanzamientos de productos, cenas de gala, ruedas de prensa, presentaciones de libros o hasta desfiles de modas. Su estilo y diseño –African Luxury– lo han consolidado fuertemente en la vida nocturna de la ciudad, con presentaciones de artistas nacionales e internacionales como The Wookies, Diplo, DJ set de Foals, Simian Mobile Disco, por mencionar algunos. Algo que lo distingue son sus chupitos, pequeños cócteles de 35 pesos, que conforme a los eventos que hay, se van creando nuevos sabores.

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Pablo recuerda que desde el 2013 frecuentaba dos veces por semana este lugar para ver las presentaciones de DJs y pasar el rato con sus amigos, como la agrupación Ghetto Kids, quienes ensayan en el sótano de su casa. Erick Rincón de 3BallMTY, que ahora lo considera su amigo y a veces acude con los Ghetto al estudio que tienen, en agosto del año pasado pudo llevarlo a Rhodesia para que tocara en una de las fiestas que él mismo organiza de nombre Escándalo.

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En cuanto al perfil que Rhodesia maneja sobre su conjunto de cadeneros, distingo al clásico estereotipo de personas robustas, de gran estatura, pero no parecen ser mal encarados, lo cual es algo que dudo. Pablo, en cuanto llegamos, les comentó que yo estaría de un lado a otro con él. Algunos me sonríen y estrechamos nuestras manos, otros les vale y no se dejan de hacer bromas sin disimulo alguno, y hasta me dejan ser parte de una junta motivacional de todo el equipo de Rhodesia, donde me entero que el evento estuvo a punto de cancelarse por la ley seca. Al final de las porras, los aplausos, las mentadas de madre y los zapes, Hugo, quien es el gerente, promete chupitos para todos, cuando la fiesta finalice.

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A la hora en la que arribamos al número 181 de la calle de Durango, alrededor de las 6:30 de la tarde del sábado 4 de junio, la fila en Rhodesia comienza a hacerse cada vez más larga. Digitalism, el dúo alemán de música electrónica se presenta a las 10:00, después de que los DJs locales, W.O.L.F, comiencen a encender al público en un fin de semana distinto en la CDMX. Mañana domingo hay elecciones para la asamblea constituyente y el evento en las redes sociales advierte: "Este fin de semana las reglas cambian en la casa", como insinuando que la última cerveza o bebida con alcohol se venderá a las 11:55. Aun así Pablo me afirma que entraran más de seiscientas personas y será una locura, que presenciaré ese ritual externo de Rhodesia que ocurre en el Office Max de enfrente, donde la gente suele pre-copear para entrar a destruirse por completo y sentir que sus cabezas estallan junto a cada parte de los bits.

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El mensaje es directo porque las puertas no se abren a la hora acostumbrada, 11:00 de la noche, sino que ahora desde las 7:00 de la tarde la gente que gusta de Digitalism y la fiesta comenzará a ingresar a lo que parecía ser una tardeada, en la cual las chicas de 7:00 a 8:00 no pagaran un cover de 150 pesos; los hombres tienen que pagar 300. Es cuando escucho a un cadenero decirle a un chico que parece es cliente frecuente: "No mames. No te conocía de día", mientras que otro cadenero, bajo la mirada de Pablo que revisa cada detalle de las personas que entran, me da la impresión se comporta de una manera amable con las chicas y chicos que rondan los 18 a 25 años e intentan entrar sin ningún problema. Le hago saber mi observación a Pablo y me dice que el perfil que buscan para trabajar es alguien alivianado, que pueda dialogar con las personas, que evite cualquier tipo de inconveniente. Y es en ese mismo instante cuando Pablo le pide por favor su IFE a un chico de playera extremadamente ajustada por su musculatura, quien le contesta de una manera prepotente: "No la traigo. Para qué la quieres". Pablo, con el poder que tiene, rechaza a la primera persona en su jornada de trabajo y el chico camina engrandecido, como si lo único que buscaba era hacer eso.

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Todas las personas que van ingresando a Rhodesia deben de mostrar su identificación a una cámara de seguridad que parece colgar de la entrada, justo en una esquina. Se les pide que hagan esto por cualquier accidente o cosa que llegara a suceder. A Rhodesia han acudido desde el hijo del presidente, Enrique Peña Nieto, que recuerda Pablo llegó en caravana de un partido del América, junto con un inmenso grupo de amigos, escoltas y hasta una tipo enfermera. Igualmente en una ocasión recibió una llamada, le informaban que hacia el club se dirigía Usain Bolt, el velocista jamaiquino más rápido del mundo, y que no quería nada de fotos. Pero en épocas más crudas, Pablo, ya con un tono de voz que no se escucha nervioso, comenta que una noche le negó el acceso a un hombre que intentaba ingresar vistiendo pants –el dress code tiene que ser "fashion alternativo", así lo dicen varias páginas reseñando a Rhodesia–. Ese hombre, dejando ver su enojo, dio a conocer que pertenecía a uno de los cárteles del narcotráfico que trabajan por algunos lugares de la ciudad y el Estado de México. Pablo no tuvo otra opción que dejarlo entrar, y minutos más tarde, por cualquier cosa, tener que ir a buscarlo en el interior y ofrecerle una disculpa; quizás algo similar les tiene que suceder a cualquier persona que trabaja como cadenero para ir identificando a las distintas personalidades que convergen en un mismo sitio. También ha vivido unas cuantas balaceras que últimamente se han dado en la zona Roma-Condesa, y hasta una noche dice que un grupo de personas intentaron ingresar por la fuerza a Rhodesia para subir a la azotea y pasar al edificio de atrás, donde se peleaban.

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Ya en el interior, de alguna manera sintiéndome afortunado por librar la cadena que separa el deseo de la diversión, la casa de tres pisos retumba al ritmo de la música, los grupos de personas y amigos se distribuyen por toda la zona y parecen observar a la parte de arriba, donde tocan los DJs, deseando que Digitalism salga. Los chupitos me atraen de una manera inexplicable y veo rondar como leones enjaulados a algunos bouncers, ya que como en todos lados y ambientes, los dealers pueden aparecer. De alguna u otra forma esperamos a que todo explote. Pablo sabe eso, y desde la tarde que me reuní con él en la colonia Santa María la Ribera, para acompañarlo a la Barbería Old School de la calle peatonal Génova y se cortara el cabello con Fake –quien estoy seguro no tarda en llegar; Pablo intercambió el corte por la entrada a Rhodesia–, pasó un poco de saliva y espero que los recuerdos que suelo llevar en mi cabeza sobre las personas que trabajan como bouncers, ya no suelan ser un prejuicio para juzgar a alguien que no se conoce. La noche cada vez es más corta y la fiesta incrementa. Hecho un último vistazo al recinto y me despido de Pablo, quien me dice que ojalá pronto regrese.

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