Antes de que llegara Uber y todos nos obsesionáramos con cuántas estrellas podríamos obtener por comportarnos bien en la parte de atrás de un Toyota Pirus, el transporte público era tan fundamental para las noches de fiesta como las papas fritas o la mefedrona. Para muchos de nosotros –léase: los que tenemos que aceptar el autobús nocturno para poder costear otra ronda de tragos– todavía lo es, y así como el club nos ofrece una expedición hacia un misterio rechinante y oscuro, el camino de ida y venida también es una aventura de por sí.
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Así sea saltando dentro de un adorable P4 a Brixton, deslizándote en el tranvía a Deansgate, o perdiendo la cabeza en el último Merseyrail a la ciudad, el traslado después del anochecer puede ser un experiencia arriesgada, pero rica, como el constante bamboleo de las botellas de vino mientras ruedan lado a lado en el piso, el hedor a vómito y loción, las lágrimas de rimel pegajoso y la lluvia abundante de abril. El transporte público en una gran noche de sábado es una odisea del escape suburbano y la promesa de una gran ciudad –un peregrinaje de zapatos pegajosos, ojos abiertos y barreras con cerrojos. Ahora acompáñanos mientras nos aventuramos por lo que se debe hacer y lo que no durante los viajes nocturnos sobre el pavimento roto, pausando solo para contar anécdotas chistosas y temporalmente en los semáforos. Prende los motores, recarga tu tarjeta, y por favor, avanza hacia el fondo del contenido.
1. Coordinación
2. Seguridad en los números
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