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Música

Al día siguiente: me levanté sin un peso en la bolsa

En esta nueva serie narramos algunas de las situaciones a las que te enfrentas cuando la fiesta se acaba y ya la cagada está hecha.

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Este artículo se publicó originalmente en THUMP Colombia.

Ilustración por Daniel Senior

Les ha pasado, ¿cierto?

Esta historia me ocurrió hace poco, en uno de esos casos fortuitos. Todos sabemos que una buena fiesta se puede planear, pero también sabemos que las farras realmente memorables son las que no se planean, las que ocurren gracias a un conjunto de casualidades. El caso, pues, es que por fin nos pudimos reunir seis amigos del colegio sin haberlo concertado mucho. Quizá más de cuatro años habían pasado desde la última vez en la que todos, juntos, nos la metimos "como Dios manda". ¿Por qué? Lo normal: la universidad, ahora el trabajo, novias posesivas y hasta hijos de por medio.

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Allí estábamos, tranquilos en una fondita, haciendo lo que se hace en este tipo de planes, que básicamente, es recordar las cagadas y otras historias que tuvieron lugar en el colegio. Parche relajado, picaditas, guarito, el chisme… de nuevo, lo normal. Era un miércoles, no había forma de que la cosa se saliera de control pues al otro día todos debíamos madrugar al trabajo. Aguardiente va, guaro viene. La situación como que va pidiendo más candela, nos vamos mirando todos, hasta que llegó ese punto en que fuimos conscientes, que la vuelta se iba a descontrolar.

***

10 de la noche y ya estábamos entrando a un puteadero. Cover de 10.000 pesos en uno de los burdeles más reconocidos de Medellín, en donde la música electrónica dicta el ritmo con la que las chicas se van quitando la ropa. Ya los tragos dominaban nuestras decisiones. Creo que fue por eso que estábamos con una actitud de 'patrones' y de una dijimos: "joven, organícenos el VIP, por favor".

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Más trago. Necesitábamos más trago. Lo primero que hice fue ir a la barra, solo para poder tener un gesto con mis amigos, uno que nunca había podido tener. Ahora, con un trabajo estable, me podía dar ese lujo. Los invité a las dos primeras botellas de guaro, cada una a 250.000 –sí, eso valen en tan glamoroso. Ya instalados, suben las chicas que son un oasis de amor, un oasis que el hombre primario nunca podrá evitar.

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Seguían los shows, después los shows privados. Cada uno le iba pagando un baile al otro, mientras que yo sentía una felicidad compleja de describir por lo irónico de la situación, al ver a uno de esos amigos que le tocó madurar prematuramente en la universidad por el regalo de un hijo, pasándola increíble, dándose la farra que en la universidad nunca se pudo meter. Venía otra ronda de cócteles, ahora sí tenía el mundo distorsionado, la mente en lugares extraños, la capacidad motriz casi que era nula. Alcanzo a ver a dos de mis amigos que se iban retirando con otras muchachas a unos aposentos más profundos, cuando de repente me desconecto de este mundo.

Me cuentan que me fui al piso. La borrachera era tremenda. Me acostaron en un sofá mientras que ellos seguían la farra. Creo que duré como dos horas dormido mientras que las chicas pasaban y bailaban justo a mi lado. Ya era hora de irnos. Me despertaron, me paré y ¡Bang! tremenda vomitada dentro de aquel recinto. Me lograron sacar, me montan a un carro, y entre chispazos de visión, miraba la noche estrellada, con una sonrisa.

***

Ya era el día siguiente. Desperté en casa de un amigo echo mierda, como se dice. Trato de recapitular la noche tan desfasada que tuvimos, pero hay varias lagunas. Dispongo a revisarme los bolsillos… no hay un peso, pero por lo menos me quedaba el celular. Entro a la app de Bancolombia, temo lo peor. En efecto, me quedaban solo 53 pesos en la cuenta y apenas corrían los primeros días del mes. Estaba endeudado, me faltaban muchas cuentas por pagar. Ahí fue cuando llegó ese legendario momento en el que uno piensa "jueputa, la cagué".

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Y sí, quizá económicamente la embarré feo, pero se los juro que no me sentía mal. Estaba feliz, mucho. Solo me bastaba recordar las caras de felicidad de mis amigos para entender que, sin duda, cada peso gastado, había valido la pena. Toda.